Toda Venezuela se está preguntando hoy qué es lo que viene a continuación. Muchos creemos que esta historia no culminará de inmediato, porque las estructuras del Estado revolucionario han sido cementadas, para complicarle al país democrático todo intento por construir un sistema lejano a la intransigencia y al fanatismo. Otros, también muchos, tienen una certeza opuesta, quizá inspirada en aquella sentencia profética que la difunta Lina Ron dejó troquelada en el historial del “proceso”, cuando -conociendo el bolivariano mundo de truhanes que tanto cuestionó- repitió, una y otra vez, su “con Chávez, todo y sin Chávez, nada”. En esa época, la inefable Lina -a quien nadie le objetaba autenticidad- se refería a “los opositores” del presidente, cuya última voluntad -“voten por Maduro”- ha dado lugar a una tormenta de lluvia ácida en las entrañas del “proceso”, en medio de la cual -y con la gestión lanzada al olvido- forcejean los detractores y defensores de la inmoral ocupación cubana en Venezuela.
Pensar que se avecinan buenos y vertiginosos cambios, es apenas una esperanza que encubre lo que realmente presenciaremos: una secuencia de enrevesados episodios, de los que pudieran surgir adversidades tan inéditas como peligrosas. La división que el país ha padecido durante estos 14 años es el telón de fondo de los ajetreos que se nos enciman y es ella, también, la que pudiera provocar heridas de inapreciable profundidad que, sin duda, problematizarían aún más la delicada coyuntura nacional. La dirección política de la oposición tiene una papa caliente en las manos: conducir atinadamente las reacciones que, sin duda, generarán el desenlace de la enfermedad presidencial. Sí: la tarea es difícil, pero no se le pueden facilitar las cosas a los Castro. Es tiempo de alpargatas
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