Emilio Nouel V.: Cochez y el idealismo

Emilio Nouel V.: Cochez y el idealismo

Toda aquella persona de a pie que se asoma a los asuntos de la política internacional desde ciertos principios y valores éticos, al toparse con la forma cómo realmente se bate allí el cobre, muy pronto va a sufrir una enorme decepción.

Porque, aunque con sus especificidades, la política en ese ámbito no es muy diferente, en el fondo y la forma, de la que vemos en el plano nacional. Y el reino de la política, como se sabe, no es el de la elección entre lo bueno y lo malo, sino entre lo preferible y lo detestable.

Los intereses políticos o económicos, los ideales, los cálculos, las pasiones, las ideologías, las imposiciones, las triquiñuelas y presiones; todo ese conjunto de factores juegan su papel, en mayor o menor medida, para bien o para mal.

En este entorno, con poca o mucha influencia, son variopintos los actores que intervienen, más allá de los Estados y gobierno.

En nuestro país, sobre todo en los últimos años, y dada su tensa situación política, una parte importante de la gente común e incluso muchos de la elite política, han tenido que reparar cotidianamente en ese mundo transfronterizo, al cual no le ha dedicado mayor atención.

Han sido necesarios varios episodios nacionales con componente internacional para que muchos venezolanos empezáramos a considerar la significación que tienen las relaciones internacionales para nuestro país.

Obviamente, la proyección mundial del presidente Chávez y lo que él representa como fenómeno político particular en los escenarios regional e internacional, ha contribuido a esa mayor curiosidad del venezolano sobre los tópicos globales.

Las reacciones de muchos ciudadanos frente al episodio protagonizado recientemente por un embajador latinoamericano en una sesión del Consejo Permanente de la OEA es una muestra de cómo vemos estos asuntos.

El incidente en cuestión es un ejemplo de cómo los intereses y los valores, el realismo y el idealismo, confluyen en un combate político-diplomático, de cara a un problema que plantea un país en pugna crónica desde hace más de una década, y en el que la democracia lucha por sobrevivir ante los embates de un despotismo militar con vocación totalitaria que busca implantarse por medios artificiosos, disfrazados de legalidad.

La actitud de los representantes de los países que participaron en el debate de la OEA, para muchos venezolanos que adversan al gobierno, no es cónsona con los valores democráticos que esa organización dice defender; de allí que la recriminen con fuerza. “Estamos solos” han dicho algunos al ver que aquellos embajadores, a pesar de que la Carta Democrática Interamericana considera una ruptura de la Constitucionalidad causal suficiente para tomar medidas, no hayan dicho nada al respecto o al menos intentado investigar el caso.

¡Cuántos denuestos no hemos leído y oído contra los gobiernos que habrían volteado su cara para no ver el drama interminable venezolano! Que si lo que les importa es el petróleo, las dádivas del gobierno chavista o su condición de comprador. Que si lo que los mueve son sus intereses particulares, siendo la defensa de  los principios democráticos no más que retórica.

Sin embargo, debe decirse que no otra conducta había que esperar de esos gobiernos. Pesan mucho las viejas reglas de las relaciones internacionales. ¿Qué hubiéramos hecho si pasáramos por el mismo trance? En cualquier caso, eso no debe significar el eximirse de denunciar y formular peticiones donde haya que hacerlo, como lo ha hecho la Mesa de la Unidad Democrática.

La experiencia internacional nos enseña que en estos temas, por lo general, las organizaciones internacionales, como la OEA, se mueven sólo cuando hay fuertes, escandalosas y evidentes razones para hacerlo: agudas conmociones políticas, golpes de estado, derrocamiento de presidentes, matanzas y guerras civiles que incidan en la estabilidad de una región.

En Venezuela, ciertamente, no estamos en ninguno de esos casos, y para la región no hay motivos graves que ameriten tomar cartas en el asunto.

La mayoría de los gobernantes del continente saben –es un secreto a voces- que en Venezuela se viene dando un proceso paulatino de vaciamiento de la democracia. Que aquí no existe separación y autonomía de los poderes públicos, que el Estado de Derecho es una fachada y que éstos responden a los intereses políticos de una camarilla arbitraria en el poder.

Pero también saben que un poco más de la mitad de los venezolanos vota por que siga ese estado de cosas. Si en nuestro país hay una tiranía disfrazada es porque esa mayoría ha dado su consentimiento. Los pueblos a menudo se equivocan, y éste es nuestro caso. Tiranos electos, los llama Fareed Zakaria.

Mientras no se conforme un poder mayoritario alternativo interno, tanto los gobiernos de la OEA como los del resto del mundo, seguirán mirando a otro lado y no asumirán compromiso explícito alguno con las fuerzas democráticas del país, más allá de los discursos de ocasión y de la retórica vaga sobre las libertades y la democracia. No actuaran de otra manera, habida cuenta de las circunstancias. De allí que lo más prudente sea, para los venezolanos que queremos cambiar el estado de cosas de nuestro país, no buscarse más adversarios de los que ya tenemos afuera, y dedicarnos a terminar de construir aquella mayoría. Sólo así nos respaldarán en el momento que lo necesitemos; eso es el realismo.

Con todo lo señalado, por cierto, no quiero decir, como algunos, que “estamos solos”. No lo veo así. En todos esos gobiernos y países a los que hoy reprochamos, tenemos muchos amigos que respaldan nuestra lucha por el rescate de la democracia. Un sin número de políticos, funcionarios gubernamentales, dirigentes sociales, empresarios e intelectuales, están comprometidos con ella porque la valoran independientemente de otras razones.

El panameño Guillermo Cochez es uno de esa legión de demócratas de nuestro hemisferio que ha puesto los valores por encima de otras consideraciones a costa de perder su cargo. Siempre le estaremos agradecidos en Venezuela por ese gesto de desprendimiento. El realismo de su propio gobierno no logró doblegar el idealismo de sus convicciones. Y esto, sin duda, no es poca cosa en estos complejos tiempos.

EMILIO NOUEL V.

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