Todas las alarmas se encendieron la noche del 8 de diciembre. Desde Buenos Aires hasta Moscú, desde Washington hasta Pekín, los gobiernos pusieron en marcha sus servicios diplomáticos y de inteligencia para recabar información y estudiar la evolución de la situación política venezolana después de que el presidente Hugo Chávez anunciara que debía someterse de urgencia a una cuarta operación por el cáncer que padece desde 2011 y reconociera, por primera vez, la posibilidad de quedar inhabilitado para seguir gobernando.
No era para menos. Con un PIB superior a 300 millardos de dólares y unos ingresos petroleros que sobrepasaron los 90 millardos en 2012, Venezuela se ubica en el puesto 33 entre las economías del mundo. La alta dependencia de las importaciones, que el año pasado alcanzaron 56 millardos de dólares, y el hecho de que muchas de estas dependan de la voluntad del Gobierno y, más concretamente, del Presidente, hacen del país un mercado muy atractivo y particular.
Si a ello se suman los acuerdos petroleros suscritos por Chávez, que establecen condiciones especiales para los países asociados con Caracas, se entiende la preocupación.
Los gobiernos extranjeros han buscado el punto de equilibrio para proteger sus intereses en Venezuela ante una posible convocatoria a elecciones que podrían derivar en un cambio de gobierno, si triunfara la oposición, o en un relevo dentro del chavismo.
Un juego de malabares diplomáticos se abrió paso en las últimas semanas cuando el Presidente no pudo juramentarse el 10 de enero para dar inicio a su nuevo mandato.
Respaldo total. De todos los gobernantes, Evo Morales ha sido el más constante en su apoyo a Chávez. El presidente de Bolivia ha estado en los dos escenarios centrales en los que se define la situación política venezolana. El 23 de diciembre hizo una visita relámpago a La Habana para ver a Chávez. El diario Juventud Rebelde ofreció una breve reseña en la que mostró una foto de Morales acompañado por Raúl Castro. De regreso en su país, no quiso hablar públicamente sobre el viaje.
Más relevante fue su participación en Caracas el 10 de enero en el acto de juramentación sin Chávez que encabezó el vicepresidente Nicolás Maduro, pues con su presencia legitimaba a un Ejecutivo que se instalaba en el poder sobre la base de una polémica interpretación de la Constitución, avalada por el Tribunal Supremo de Justicia pero cuestionada por la oposición.
Bolivia también acudió a la Cumbre extraordinaria del Alba y Petrocaribe que la cancillería venezolana organizó ese día para congregar el mayor apoyo internacional en torno al Gobierno. Allí, el ministro de Exteriores de Bolivia, David Choquehuanca, dejó clara su posición: “Estamos aquí para dar nuestro apoyo y respaldar la institucionalidad democrática que se construye en Venezuela”.
Una postura similar a la de Bolivia ha tenido Ecuador, cuyo presidente, Rafael Correa, fue el primero en visitar a Chávez en Cuba y también el primero en anunciar, incluso antes que las autoridades venezolanas, que el mandatario sería operado el 11 de diciembre.
Correa no viajó a Venezuela el 10 de enero porque se encuentra inmerso en la campaña presidencial para los comicios del 17 de febrero. Sin embargo, envío una carta de apoyo al Ejecutivo: “Mucho apreciaré trasmitir al presidente Hugo Chávez Frías toda nuestra solidaridad y apoyo en este nuevo mandato que se deriva de la voluntad soberana del pueblo venezolano (…) Que no se equivoquen los enemigos de la democracia, la Constitución, la paz y el desarrollo de Venezuela, nuestra América y los pueblos del mundo permaneceremos solidarios con Venezuela”.
A la juramentación del gobierno chavista sí asistió el ministro de Exteriores de Ecuador, Ricardo Patiño, quien fue el segundo canciller en reunirse con Elías Jaua, tras su controvertido nombramiento al frente de la diplomacia venezolana.
Del núcleo duro del Alba (Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador y Nicaragua), Daniel Ortega es el único Presidente que no ha viajado a Cuba, pero tuvo un rol protagónico en la juramentación colectiva del 10 de enero. El mandatario nicaragüense traspasó las fronteras de la defensa del oficialismo para atacar a la oposición venezolana: “El debate en la Asamblea Nacional fue una batalla librada ante los buitres. No se dan cuenta de que la única carroña son ellos”.
Amigos agradecidos. Aunque no pertenece al Alba, Argentina ha demostrado ser uno de los aliados más firmes del chavismo. La presidente Cristina Fernández de Kirchner estuvo en Cuba la semana pasada. Visitó el hospital donde está recluido Chávez y se reunió con sus familiares.
“Esta no es una visita para hacer comentarios y entrevistas, sino de solidaridad y acompañamiento con quien es mi amigo, un compañero que ayudó tanto a la República Argentina cuando nadie la ayudaba”, dijo. No le falta razón. Venezuela compró más de 6 millardos de dólares en bonos argentinos entre 2005 y 2008, cuando los mercados internacionales estaban cerrados para ese país por el cese del pago de su deuda externa en 2001.
Argentina también avaló la continuidad del gobierno venezolano. El canciller Héctor Timerman asistió al acto de juramentación del chavismo, en el que le expresó a Maduro: “Nicolás, quiero que sepas que la compañera Cristina, el Gobierno que ella preside y el pueblo argentino estará junto a ti durante todos los días que hagan falta, hasta el regreso del presidente Hugo Chávez”.
El presidente de Uruguay, José Mujica, ha esgrimido la gratitud como argumento para respaldar al chavismo en estos momentos inciertos. Pese a ser ateo, ordenó hacer una misa por la recuperación de su homólogo venezolano. “Cuando tuvimos un banco fundido que nos podía provocar una corrida bancaria nos dio una mano y cargó con un clavo. No me olvido de esas cosas. Desde el punto de vista de los uruguayos, nos abrieron mercados. Eso no cayó del cielo, esa apertura de mercado fue clara voluntad política de Chávez”, ha explicado.
Venezuela se ha convertido en el cuarto destino de las exportaciones uruguayas y Montevideo recibe petróleo en condiciones preferenciales.
Además, Chávez donó 10 millones de dólares para un hospital universitario en el país sureño.
Mujica también estuvo en Caracas en la juramentación colectiva. Asistió en su condición de presidente pro tempore del Mercosur, por lo que su presencia fue un espaldarazo importante para el gobierno encabezado por Maduro.
Obligados a retratarse. Agradecidos o no, los 17 países miembros de Petrocaribe debieron acudir a Caracas el 10 de enero. ¿Pudieron haber faltado? Difícilmente. La cancillería venezolana les convocó ese día a una cumbre de solidaridad con el presidente Chávez, en la cual se les propuso un documento en el que se comprometían a defender al gobierno del chavismo en los foros internacionales. No cabía desairar a Venezuela, pues éste era un encuentro previo a la asamblea del 14 de febrero, en la cual se acordará la programación anual para la venta de petróleo en condiciones preferenciales.
Consciente de esta circunstancia, Honduras –que desde 2011 intentaba ser readmitido en Petrocaribe y que no estaba invitado a Caracas- publicó un comunicado de solidaridad con Chávez, en el que subrayaba su reconocimiento a las instituciones venezolanas que avalaron la tesis de la continuidad del gobierno. El gesto fue eficaz. A última hora, el Gobierno de Porfirio Lobo tuvo un representante en la cumbre y, menos de una semana después, recibió una invitación para participar como miembro pleno en la asamblea del 14 de febrero.
Panamá, que también espera integrarse en Petrocaribe, destituyó a su embajador ante la OEA, Guillero Cochez, luego de que éste denunciara que la continuidad del gobierno chavista en Venezuela era inconstitucional.
Socios desde la barrera. Durante la presidencia de Juan Manuel Santos, las relaciones colombo-venezolanas han vivido una innegable mejoría, al punto que el mandatario llegó a declarar –no sin un dejo de ironía- que Chávez era su “nuevo mejor amigo”.
Durante las últimas semanas, Santos no ha perdido oportunidad para desearle una pronta recuperación a su par venezolano y para destacar el papel fundamental que éste ha tenido en la facilitación de los diálogos de paz con las FARC.
Sin embargo, Colombia ha intentado mantener cierta distancia con la situación política que vive Venezuela. Cuando se supo que Chávez no se juramentaría, Santos canceló su viaje a Caracas previsto para el 10 de enero. Así evitó legitimar con su presencia la tesis de la continuidad del gobierno chavista, aunque pocos días después hizo un guiño a Maduro al señalar que espera que éste mantenga el apoyo al proceso de paz en caso de que Chávez muera.
Recién, Santos ratificó que sus buenas relaciones con Chávez se basan en el respeto mutuo y en la búsqueda de intereses comunes, destacando que no comulga con el “socialismo bolivariano”.
Con una prudencia similar, aunque con menos intereses en juego que Colombia, el presidente de Perú, Ollanta Humala, viajó a La Habana para tratar asuntos bilaterales con el Gobierno de Raúl Castro y dijo que aprovecharía para interesarse por la salud de Chávez.
El periplo fue criticado por la oposición peruana por considerar que era un espaldarazo al chavismo. El analista Mirko Lauer ha subrayado, no obstante, que Humala se decantó por la fórmula más cauta para mantener las buenas relaciones con Venezuela y Cuba, sin retratarse en Caracas como Ortega, Morales y Mujica.
Brasil también ha sido muy cuidadoso. Los mensajes del gobierno y de los sectores empresariales con intereses económicos en Venezuela coinciden en su preocupación por evitar situaciones de inestabilidad.
A comienzos de año, en plena diatriba sobre la posibilidad de que Chávez no pudiera juramentarse, el asesor para Asuntos Internacionales de la presidente Dilma Rousseff, Marco Aurelio García, fue enviado a La Habana, de donde regresó afirmando que el estado de salud de Chávez era grave y que el vicepresidente podía continuar al mando del gobierno temporalmente por un plazo de 90 días prorrogables por otros 90 días.
La semana pasada, funcionarios brasileños dejaron saber que el Gobierno de Rousseff le expresó a Maduro su deseo de que, en caso de que Chávez fallezca, haya una convocatoria inmediata a elecciones. Una postura que ha resumido el canciller Antonio Patriota al manifestar su deseo de que sea cual sea el desenlace, la situación evolucione “de acuerdo con la institucionalidad con el mínimo de sobresaltos para que la sociedad venezolana pueda reorganizarse en mínimo plazo”.
Washington, Moscú, Pekín
La reacción de las grandes potencias ante la coyuntura política que vive Venezuela ha sido coherente con las relaciones que han mantenido con el país durante el mandato de Hugo Chávez.
Desde que el gobernante anunció su recaída en diciembre, Washington ha repetido que espera que una eventual sucesión se haga según lo previsto en la Constitución y que si se convoca a elecciones, éstas sean pacíficas, libres e incluyentes.
Rusia, que ha sostenido su postura de apoyo a Chávez, pidió que no se permitiera la desestabilización de Venezuela y rechazó cualquier intento de “corregir” desde el extranjero la decisión del Tribunal Supremo que avaló la continuidad del Gobierno.
Con mayor cuidado, Pekín se pronunció al día siguiente de ser divulgada la sentencia del TSJ con una declaración en la que aseguraba que Venezuela es un Estado amigo de China y expresaba su deseo de que el país “pueda mantener su estabilidad nacional, así como su desarrollo económico y social”.