Por enésima vez en los últimos años, cunde en muchos la sensación de que, a pesar de que acontecen muchas cosas, no pasa nada. El “no pasa nada” se refiere a que, aun cuando ocurren eventos alarmantes en la vida del país, la sociedad venezolana permanece más o menos impávida, sin reaccionar como colectivo al menos para expresar con fuerza su angustia e impotencia.
Quienes se preocupan por el “no pasa nada” son personas descontentas con el actual estado de cosas, que forman, en su casi totalidad, parte de la oposición al régimen; constituyen la mitad de la población. Poco sabemos del grado de insatisfacción de la otra mitad, aunque debe estar en aumento, dado el comportamiento del electorado en los últimos años.
Lo que inicialmente despierta la preocupación de quienes desean y esperan que pase algo es la gravedad de lo que observan; por ejemplo, el bárbaro incremento de las muertes por homicidio, la implacable inflación, la obvia injerencia cubana en Venezuela y la flagrante violación de la Constitución. A esa preocupación inicial se agrega el hecho de que el revuelo que generan hechos preocupantes no dura más de pocos días en los medios de comunicación, se disuelven en la conversación cotidiana o se esfuman del discurso de los analistas y líderes políticos. Muy pocas veces generan acciones concretas para corregir lo indeseable, a no ser un reclamo ante un tribunal, reclamo que sabemos en qué parará.
A todas estas, la gente sigue exigiendo que se haga algo o esperando que pase algo. Como las cosas van empeorando –más homicidios, más inflación, más cubanización y más descaro anticonstitucional– y no pasa nada, la gente descontenta vuelve la cara hacia los líderes, y se encuentra con que estos no hablan, lo hacen tarde o sin la contundencia esperada. Así ha ido surgiendo la decepción con el liderazgo. Y las cosas siguen agravándose. Y esa decepción sigue aumentando. Para empeorar las cosas, el liderazgo opositor no puede mostrar un logro significativo para detener el avance destructivo del régimen. No es exageración afirmar que, hasta ahora, lo que el chavismo ha querido hacer lo ha hecho o ha avanzado significativamente para lograrlo.
En esta situación plagada de provocaciones y frustraciones, de reclamos y exigencias, surgen respuestas e iniciativas diversas. De parte del liderazgo opositor dominante: solicitud de calma, serenidad y confianza en el liderazgo, sin caer en trapos rojos o provocaciones, esperando pacientemente las próximas elecciones. De parte de los contestatarios de la oposición: exigencia de un reclamo recio mediante duras acciones en la lucha contra una dictadura. Los que defienden una u otra posición se atacan con creciente aspereza tratando de ganarse el favor de los opositores. ¿Quién lo logrará? Probablemente ninguno de los dos bandos. Lo que puede ocurrir es una mayor confusión y una mayor desconfianza. Es innegable la desconexión de la dirigencia opositora con las angustias de la gente, incurriendo en la impaciencia con quienes disienten de la manera de actuar aterciopelada a pesar de la gravedad de los acontecimientos. Pero también es innegable que quienes emergen como alternativa carecen de propuestas de acción convincentes, y hasta ahora no han trascendido las palabras.
Lo que se está creando en la oposición es un vacío de liderazgo, es decir, desorientación, ausencia de criterios útiles para entender dónde estamos parados y qué podemos hacer para avanzar. Ese vacío de liderazgo opositor es grave porque se suma a un vacío en el chavismo que se manifiesta en el vacío de poder que todos sufrimos. Cuando coinciden el vacío de liderazgo y el vacío de poder, cualquier grupo o persona puede emerger para llenarlo a como dé lugar. Mal andamos.
Publicado originalmente en eel diario El Nacional (Caracas)