En pocos países del mundo se puede encontrar un gobierno que tenga como centro de su existencia atacar permanentemente a la disidencia. El leitmotiv del dúo Cabello-Maduro es arrinconar, hostigar y tratar de aniquilar a la oposición. Difícil entender cómo, en una nación llena de graves problemas de toda índole, incluyendo una altísima tasa de asesinatos, inflación, violación de derechos humanos y, para colmo, con un presidente convaleciente, los voceros del Gobierno sólo apelen como objetivo de supervivencia política al odio en contra de la oposición.
Debería ser lo contrario: con una oposición tan disminuida como intentan trasmitir al mundo y que, además y para vergüenza nacional, es cacareada por el propio dictador de Cuba, Raúl Castro ¿cómo es que pierden tanta energía en esa idiotez en vez de gobernar y solucionar los problemas urgentes de los venezolanos?
Maduro se enreda a diario compartiendo irracionalmente sus obsesiones nocturnas entre la salud del comandante, su propia candidatura y Henrique Capriles, su posible contrincante en las próximas elecciones. Le aterra que Capriles ya ha derrotado a dos ex vicepresidentes, y Maduro no quiere ser el tercero.
Mientras que Diosdado Cabello negaba en la Asamblea un minuto de silencio para las víctimas de la cárcel de Uribana, su alter ego Maduro practicaba su papel de sustituto de Chávez inaugurando en Guárico una planta de riego como si 60 presos masacrados no significaran nada.
El vicepresidente sigue un guión bien elaborado al mismo estilo del comandante enfermo. Maduro se quiere parecer a Chávez con toda razón. Debe hablar con acento cubano, gesticular como el comandante y hacer preguntas al estilo del gran comunicador de la revolución. La más trascendente, como bien le preguntó a una joven ingeniero que le explicaba el funcionamiento de la nueva planta de riego: ¿Y de dónde eres tú?
En algunas de sus intervenciones Maduro muestra su verdadero yo, el que aprendió en su etapa de canciller en donde la amabilidad y la paciencia es parte de la actuación. Después de seis años cumpliendo con ese papel no es cosa fácil entrar en la fase de la vociferación, del insulto, de la mentira y del ataque permanente a la oposición y, por supuesto, al imperio.
Muchos escollos tendrá que superar Maduro para mantener a flote el portaaviones que hereda de su mentor. Es una lástima que entre sus haberes tenga que cargar para la historia con la cruz del apartheid en la Cancillería, donde instauró normas semejantes a las del siniestro líder surafricano Johannes Gerhardus.
Quien aspira a gobernar a Venezuela en nombre de la revolución bolivariana discriminó, humilló y violó el derecho al trabajo de cientos de diplomáticos venezolanos.
Nada bueno como expediente para un revolucionario que quiere conducir los destinos de esta nación y se muestra ante el mundo como un hombre que “recibe un baño abrumador de solidaridad y amor por Chávez”.
Publicado en el diario El Nacional (Caracas)