El Shard, que abrió este viernes al público su espectacular mirador, no es sólo el rascacielos más alto de Europa sino también el símbolo de la vitalidad del “nuevo Londres”, una ciudad en plena transformación que busca reinventarse en el olvidado sur del Támesis.
El plan de negocios apuesta por un millón de visitantes anuales y las primeras entradas se agotaron mucho antes de la puesta en servicio de los ascensores que ascienden hasta la flecha de cristal que culmina a 310 metros.
La apertura de la plataforma es una preinauguración para la polémica obra del arquitecto italiano Renzo Piano.
Si el Shard sorprende, es sobre todo por su lujo, que muchos consideran inoportuno. La vida comenzará a instalarse progresivamente en 2013 en esta miniciudad vertical para 8.000 habitantes que ignora la crisis, situada frente a la opulenta City, en la margen opuesta del río.
Con sus magníficas oficinas, su hotel de cinco estrellas, sus restaurantes y apartamentos de alto standing, el edificio financiado en un 95% por Catar pone fin a siglos de concentración de la riqueza en el oeste, el centro y el norte de la capital.
“Lo maravilloso de Londres es que en muchos aspectos no se detiene nunca. Está ligado de alguna manera al comercio, a los negocios, está en sus genes”, declaró a la AFP William Matthews, uno de los arquitectos del equipo de Piano.
“Es realmente una historia de renovación, de renacimiento”, señaló a por su parte Peter John, el responsable de Southwark.
Este barrio relativamente próspero en los tiempos del Londinium romano ha sido durante mucho tiempo el de peor fama de Londres con sus garitos y burdeles.
Charles Dickens lo utilizó como escenario para retratar la miseria industrial de la Inglaterra del siglo XIX en su desgarradora novela “Oliver Twist”.
El cierre del puerto de Londres entre los años 60 y 80 aumentó la pauperización. Hasta el día de hoy, los ingresos promedio por hogar en Southwark, que tiene una población de 290.000, están entre los más bajos del país.
Pero desde hace 25 o 30 años, el cambio es “espectacular”, señala Peter John. Los depósitos con nombres que recuerdan al desaparecido imperio británico -“East India dock”, “Vanilla Court”- fueron transformados en espaciosos al estilo de los de Nueva York.
Millones de metros cuadrados de oficinas se crearon en catedrales de cristal, frente a la medieval torre de Londres que alberga las joyas de la Corona.
La diversidad es extrema. El Tower Bridge, construido a finales del XIX en un estilo que recuerda a Disneylandia, se erige junto al Museo del Diseño de Sir Terence Conran y el ayuntamiento en forma de bulbo. Comparado con el casco de Darth Vader, este edificio es la última creación de Norman Foster, nombrado “barón Foster de la Ribera del Támesis”.
Más arriba, la Tate Modern inaugurada en el año 2000 en una central eléctrica en desuso reivindica el título de museo de arte contemporáneo más visitado del mundo. Cerca, otra torre de 52 pisos diseñada como un bumerán emerge en el puente de Blackfriars.
“Pero el Shard es el que va más allá de los límites. Es el símbolo por excelencia de las nuevas oportunidades en materia de empleo, de ocio y de vivienda nueva”, insiste Peter John.
La llegada de una población de fuerte poder adquisitivo beneficiará a todo el barrio de Southwark, dijo. “Lo positivo será mayor que lo negativo”.
El mayor inconveniente será ante todo el alza de los alquileres. A la sombra del Shard, el barrio postindustrial de Bermondsey pierde a sus habitantes más modestos, reemplazados por otros más pudientes.
Cuanto más se aparta uno del río hacia el sur, del lado de Elephant and Castle, lo más negativo llama la atención.
Jerry Flynn, profesor, es el portavoz de una asociación de defensa de los vecinos de Heygate estate, un conjunto de viviendas de protección oficial transformado en ciudad fantasma a la espera de las excavadoras.
“Había 1.200 apartamentos y prácticamente todo el mundo se ha ido. Ha sido una experiencia traumática”, dijo.
“La realidad es que los nuevos proyectos cambiarán completamente la zona. Los trabajadores, las familias de ingresos bajos no podrán seguir aquí. Nosotros lo que querríamos es una reconversión en la que los beneficios se repartieran un poco mejor”, agregó con una sonrisa incómoda.
AFP