La primera visita de un presidente iraní a Egipto en más de tres décadas muestra los esfuerzos del líder islamista egipcio por descongelar los frígidos lazos entre las dos potencias regionales a pesar de los intentos de Estados Unidos por aislar a Teherán.
Pero hay límites sobre lo lejos y rápido que podría ir el presidente de Egipto: sus aliados islamistas suníes ven al Irán chií como un acérrimo rival, y El Cairo no puede darse el lujo de enemistarse con Washington y los estados árabes del Golfo Pérsico.
Aunque recibió una cálida bienvenida del presidente Mohammed Morsi, el mandatario iraní Mahmud Ahmadinejad tuvo que salir de prisa de una antigua mezquita en El Cairo después de que un manifestante sirio se quitó los zapatos y se los lanzó. Después, manifestantes islamistas alzaron sus zapatos mientras bloqueaban las puertas principales de Al-Azhar, la institución religiosa sunita más prestigiosa del mundo y donde Ahmadinejad fue reprendido por el gran imán de Al-Azhar por interferir en los asuntos de naciones suníes.
La visita es la señal más reciente de una mejoría de las relaciones entre dos potencias regionales desde la sublevación popular que derrocó al presidente Hosni Mubarak en el 2011 y llevó al poder a un gobierno islamista. Esa visita habría sido impensable bajo Mubarak, que era un aliado estrecho de Estados Unidos y compartía sus profundos recelos hacia Teherán.
Morsi dio la bienvenida a Ahmadinejad en el aeropuerto de El Cairo, estrechando la mano del visitante e intercambiando besos en las mejillas, una guardia de honor escoltaba atenta a los dirigentes.
Los dos líderes se sentaron después para unas conversaciones de 20 minutos centradas en la guerra civil en Siria, dijeron funcionarios de seguridad bajo condición de anonimato, porque no estaban autorizados a hablar con la prensa. Irán es el aliado más cercano de Siria en la región, mientras que Egipto está entre los países que han pedido la renuncia del presidente sirio Bashar Assad. AP