Nombre un tanto más aceptable y menos “embarazoso” a la hora de dar explicaciones. Pero de nombres extraños, raros y curiosos saben mucho los maracuchos. Desde los tiempos cuando les dio por asemejarse a las clásicas Grecia y Roma, con pomposos nombres, como Sócrates de Jesús, Plutarco Antonio o Zeus Quintín, hasta los tiempos cuando el hombre pisó la Luna.
Fue cuando un orgulloso padre, en homenaje a la expedición lunar, bautizó a su primogénito con el sugestivo nombre de Apolo 11 Benjamín de Jesús. Pero en la iglesia el cura se opuso a bautizarle argumentando que ese no era nombre cristiano.
Se armó una clásica refriega maracucha. El padre del niño indicó que si en Roma existió un papa llamado León II, por qué a su hijo no podían bautizarle como Apolo 11. Al final le echaron el agua bautismal y el niño alzó vuelo por el espacio marabino.
Del Maracaibo de extraños y rocambolescos nombres, recuerdo el que apareció en el centenario Panorama. En el obituario de un día cualquiera, a finales de los años ‘60s, apareció el anuncio de la muerte de una señora de nombre Porcaria García. Al momento, mi hermano Miguel, sentenció: -Al menos ya descansa en paz!
Mencionamos estas curiosidades onomásticas porque hace pocos días apareció una noticia, desde Islandia, donde un tribunal había sentenciado a favor del derecho de una familia a llamar a su hija con el nombre de “Blear”, algo así como brisa suave.
Mientras no había sentencia a la joven, ya de 15 años, se le conocía solo como Stulka “niña”. El Estado argumentaba que ese no era un nombre escandinavo, … y menos vikingo, diríamos nosotros. Además, debía colocarse un artículo masculino delante del nombre y eso era contrario a las reglas gramaticales de la lengua islandesa. Para colocar nombres a sus ciudadanos el Estado islandés posee cerca de 1712 nombres masculinos y 1853 nombres femeninos. Situación similar ocurre en Alemania y Dinamarca. En esos países los tribunales solo admiten nombres que estén aprobados y registrados en los documentos oficialmente establecidos por las autoridades.
Al final se impuso el deseo de una familia al uso de un nombre un tanto diferente a la tradición y quizá más moderno, permitiendo ser más flexible al Estado a la hora de autorizar el uso de nombres a sus ciudadanos.
Pero en nuestro país la flexibilidad para colocar nombres a la descendencia ya traspasó todo límite. Hubo aquellos maracuchos nombres, como William Guillermo, por influencia norteamericana, hasta los de traducción fonética, como Yon Rafael. O los noveleros, como Cristal de la Chiquinquirá, María del mar o Lupita Josefina.
También la era de realeza, como Jorge Esteban, Carolina Emperatriz o Margarita del Alba.
Pero nada como la combinación de los nombres de los progenitores para llamar a los hijos. Desde Luisana del Valle, Rodomar Andrea, hasta los más actuales, como Yualexis del Pilar o Carluis Antonia.
Pero también en otras latitudes existen sus excentricidades, como en la Cuba socialista, donde abundan los nombres iniciados en “Y” como Yoani, Yurian o Yuri. Por la presencia rusa de tantos años. En Colombia es emblemático el John Jairo o en Chile la infaltable Claudia Andrea del Carmen.
Ya es casi un lugar común los sufrimientos que deben soportar los docentes en las escuelas, liceos o universidades, cuando pasan la lista de asistencia y se encuentran con nombres de difícil pronunciación, como Yulexis Yubirí, Exónes José, Louandrix Coromoto, Osseannys Carolina, Kilsys Yeniree, Freimar de Jesús, Enderlys Eharlys, Roslerid Coromoto, Xioliannys Mariana o Nankarlys Anaís. Sin olvidar los modernos y súper poderosos, Robin José, Superman de Jesús o Espaiderman Alberto.
De seguir en esta bautizadera de nombres ultrasofisticados el santoral católico será cosa del pasado. Quizá en un futuro no muy lejano tengamos algún santo que tendrá por nombre Batman del Santísimo Sepulcro o santa Yubirí Yeilove del Callao.
(*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis