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En meteorología la definición de ‘tormenta perfecta’ es cuando varios fenómenos poco frecuentes tienen lugar simultáneamente. Esto con frecuencia desemboca en un evento de gran magnitud no anticipado que entraña riesgos impredecibles. Eso parece estarle sucediendo a Juan Manuel Santos. En Colombia están pasando por estos días muchas cosas que individualmente no son muy graves, pero su confluencia ha creado una sensación de escepticismo y zozobra. Así destaca la revista Semana.
Autor: Daniel Reina Romero / Revista Semana
En este momento en el país no está sucediendo nada catastrófico, pero hay mal ambiente. Para la mayoría de la gente el origen de ese escepticismo es una combinación de tres percepciones: que el proceso de paz está estancado, que la inseguridad aumenta y que el tsunami uribista acecha. Pero a esto se suman muchas otras cosas. Para comenzar hay turbulencia en el frente político y no solo en la mesa de Unidad Nacional sino también en las regiones. También es evidente un malestar en varios sectores económicos. No se ha encontrado la forma de combatir la revaluación; los ganaderos, los algodoneros y los cafeteros están atravesando momentos difíciles; la locomotora minera se frenó; las obras de infraestructura no arrancan y en términos generales se ven más anuncios que ejecución.
Como se dijo anteriormente ninguno de esos elementos por sí solo es desastroso y algunos aparentan una gravedad que no tienen. Por ejemplo, el proceso de paz en el cual la gente cada vez cree menos no solo mejora su ritmo, sino que registra un avance concreto. En relación con el problema agrario, las dos partes están ya redactando un texto. Esto, que puede sonar normal, en procesos de paz representa un logro importante. Significa que ambos lados de la mesa creen que hay posibilidades de llegar a la firma de un acuerdo. Y aunque a la guerrilla casi siempre se le atribuye mala fe y doble juego, la verdad es que con la liberación de los secuestrados todavía hay razones para pensar que está tan jugada como el gobierno. Así como en una época se decía que “la economía iba bien y el país iba mal”, de los diálogos en La Habana se podría decir que la mesa de negociación va bien, pero el ambiente en el país va mal.
En materia de seguridad la situación no es grave, pero tampoco es alentadora. Las acciones de las Farc, en especial los atentados a la infraestructura petrolera, los retenes, el uso de explosivos y los ataques a pequeños grupos de la fuerza pública, todas acciones típicas de la guerra de guerrillas, vienen en aumento. Aunque la insurgencia por cuenta de la ofensiva del gobierno está refugiada en zonas marginales, montañosas y de frontera, los golpes que está dando no solamente son más visibles sino menos controlables. A pesar de que la mayoría de los colombianos entiende que lo que se ha pactado es negociar en medio del conflicto, en la vida diaria los costos de ese acuerdo son difíciles de tragar.
Si hay algún tema que el gobierno ha manejado mal es el de la oposición de Uribe. Esta obviamente hace daño y la combinación de la popularidad del expresidente y la implacable intensidad de sus ataques minan la credibilidad de la administración Santos. Pero lo que ha complicado aún más esa situación es que existe la impresión de que el presidente ha dejado que Uribe marque la pauta. En lugar de ignorar los trinos de su antecesor y reflejar que está trabajando en su propia agenda, lo que se ve con frecuencia son reacciones improvisadas a cada andanada uribista. Esa actitud defensiva y reactiva lo que termina es haciéndole eco al mensaje opositor.
El presidente parece tratar de contrarrestar esta situación con estrategias de imagen. Esto puede ser contraproducente. La impresión que se tiene de alguien no se cambia fácilmente y es mejor apostarle a lo seguro. Juan Manuel Santos sacó más de 9 millones de votos no solo por ser el candidato uribista sino también porque vendía una imagen de preparado. Eso paradójicamente en su momento fue registrado como carisma. No el de un presidente cercano sino el de un presidente estadista. La estrategia de “untarlo” de pueblo poniéndolo a bailar en ferias y fiestas, blanqueado con maizena, manejando jeep Willys en Chinchiná y bus en Aguachica, lo desdibuja y le quita seriedad y autenticidad.
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