La venezolanidad (ideal de nación) ha devenido en venezolanismo, es decir, enlo que pretendemos ser y no somos. Conservamos un mel pot costumbrista, tradicional y típico, que se contempla pero no se mastica. “Cómo vas hermano(…) ven que te invito un café (…) deja eso que yo me ocupo”, son expresiones de voluntariosa amabilidad que terminan en una peligrosa inmoralidad. Queremos caracterizar una suerte falsa heroicidad, un ideal de hermandad, donde un café se sustituye fácil por un whisky 18 años, oloroso a movida y corrupción, y una mano de apariencia solidaria, pronto se abre a un cuanto hay pa’ eso. Un humilde antecedente matriarcal, ha degenerado en un venezolanismo de innobles etiquetas, que oculta profundos resentimientos, sensibles carencias e incontenibles ansiedades materiales y afectivas. Si le sumamos al cuento, que por lustros hemos habituado al pueblo a que más vale un carnet de un partido, que un título universitario o que meterle la mano a los fondos públicos, no conduce a la cárcel sino a “la gloria”, no nos queda otro resultado, que una horrenda depravación social y un primitivismo grupal sin precedentes.
El colmo ha sido el manejo piñatero y pirata de nuestro petróleo. Un pozo sin fondo que ha servido más de balde de poder a los partidos –de antes y de ahora– que bienestar y educación real a las masas. Cada generación ha visto en el petróleo, su botín. A partir de este “cajón sin fondo” de financiamiento político más que social, ha surgido un grotesco clientelismo de apariencias social-demócratas, social-cristianas o revolucionarias. El común denominador: el envilecimiento a la sociedad venezolana ávida de inclusión, estatus y dinero fácil (tanto como lo ven en sus líderes), con un discurso embalsamado por un te daré lo que te toca, enmantado de imaginarios de riquezas aderechadas, resueltas con un ‘ponme donde haiga, que el resto lo resuelvo yo… ¡hermano! Una perversa fraternidad disfrazada de conveniencia, que rinde culto almandamás y lo exime de toda culpa si se trata del tercio que nos llevará “a la gloria”, al business.
En medio de esta degeneración, vuelve el movimiento estudiantil. Jóvenes libres de actitudes corsarias. Muchachos que deben distinguir muy bien el liderazgo político que van a seguir. No deben afianzarse a concupiscencias soterradas y posturas populistas. No se confundan. Una cosa es denunciar la corrupción, el abuso de poder, la tiranía, la mentira o el vasallaje (que lo hace cualquier opositor con cierta facilidad y doblez), pero otra, es ir a la raíz de la cuestión. De lo contrario todo termina siendo una inmensa hipocresía. El origen de nuestra devastación ética, es la complicidad bananera. Es ese pacto de camarillas delestablishment político-havismo y opositores maquillados más una sociedad colmillada– que juegan on stage a la batalla por el poder, pero detrás de bastidores van de la mano en un insaciable reparto… No he visto al amigo Capriles hablando de un verdadero Estado Federal. No he visto en la MUD quitándole la mano del Estado Central a Pdvsa. No ha salido de “esa unidad” un proyecto-país realmente liberal, abierto, autónomo, de frente contra el parasitajerepartito y rentista que antepone el color partidista a un modelo productivo serio y eficaz. Lo que ha salido de la mesa técnica unitarista, es más socialismo redentor e igualitario, por concluir que el voto popular se capta con bolsas de maíz y cervecitas (con las máquinas de Smartmatic y Lucena). Y esto es permisivo y miserable. Ese ha sido el peine y la tragedia –la validación del Estado misionero– que no pueden pisar los estudiantes… La condición aspiracional del pueblo se enaltece con una oferta contraria, con una oferta valiente en lo liberal, indoblegable en lo ético y profesional en lo técnico. Así descartaron a María Corina Machado por creer que su propuesta no movía pueblo. Y satanizaron a Arria por denunciar la visión sopera de la MUD. Un fetichismo cruel que nace de nuestros propios vecinos del Sureste…
Los estudiantes han puesto en jaque al gobierno y a la oposición. Pero ellos solos no pueden. Lograr la alternancia de poder es de todos. La sociedad civil debe acompañarle, arriesgarnos más y apersonarse. Y el primer gesto pasa por saber elegir hoy día, con quién estar… De lo contrario seguiremos siendo, predecibles, y la mediocridad seguirá colmando nuestra dinámica del poder.
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