La noticia de la muerte del Presidente de la República sacudió ayer a todos los venezolanos, sin distingos políticos, y sucedió igualmente fuera de nuestras fronteras, en las regiones más remotas del globo donde su nombre llegó a ser familiar. América Latina y el Caribe, de modo particular, estuvieron pendientes del prolongado proceso de su enfermedad. Contó con la solidaridad de todos los jefes de Estado de la región que concurrieron a visitarlo o que expresaron su solidaridad.
Desde muy temprano en su gestión descubrió las ilimitadas posibilidades de la política exterior, y no perdió tiempo, hizo de las relaciones internacionales uno de sus más sólidos recursos de Gobierno. También muy temprano comenzó a disfrutar de muy altos precios del petróleo, y esto le permitió una navegación particularmente propicia. Su influencia fue vasta; en la política regional cuestionó los viejos organismos y se esmeró en crear nuevas estructuras. La historia dirá su palabra final.
Ningún venezolano puede ser ajeno a su muerte, y todos tenemos el deber de reconocer la gran influencia que su nombre ejerció sobre los ciudadanos. Más allá de las discrepancias y de las diferencias, se impone la necesidad de asumir este complejo momento de nuestra historia con un criterio de solidaridad y de tolerancia. Son innumerables las razones por las cuales debemos pensar en lo que pueda unirnos y hacer de esta hora de dificultades un momento que nos permita pensar y conducirnos pensando en Venezuela y en el destino de su pueblo.
Hugo Chávez Frías se consagró en la historia como uno de los líderes políticos de mayor influencia. Desde hace veinte años su nombre estuvo presente a lo largo de episodios militares y políticos. Siempre bajo el siglo de la polémica, el desafío y la confrontación.
En 1999 ascendió a la Presidencia de la República y a partir de entonces fue expandiendo su influencia y su enorme poder personal. Fue el primer presidente mediático, y esto le permitió una comunicación con las masas populares que puede considerarse como el denominador común de su liderazgo. Manejaba el país como si estuviera dotado de condiciones especiales. Su personalidad atrajo innumerables analistas y son muchos los libros que se le dedicaron en vida. Se consagró como un caudillo. Y es natural que su legado sea objeto de estudios.
Esta es una hora de reflexión. La muerte del presidente Hugo Chávez Frías, como ya se dijo, no es ni puede ser ajena a ningún venezolano.
Este debe ser un momento de solidaridad y de tolerancia. Un momento para la paz y la convivencia. Y por consiguiente, todos, sin distingos, debemos esmerarnos en que esa paz se traduzca en un estado permanente de reencuentro y reconciliación, como ocurrió antes en nuestra historia, cuando el país se vio ante dificultades que pusieron a prueba nuestra condición de venezolanos