Venezuela está en puntos suspensivos. La muerte de Chávez ha abierto un paréntesis en nuestra normalmente atribulada rutina.
Según sea el caso y dependiendo de cuáles hayan sido sus preferencias políticas, millones sienten ahora una profunda y sincera tristeza por la partida de su líder, mientras que otros, millones también, sólo esperan que culminen las ceremonias funerarias para que se termine de decidir cuál será el futuro de nuestra nación. Tristeza por una parte, expectativa por la otra. Así estamos en estos momentos.
Por supuesto nunca faltan los exaltados que no terminan de comprender que a los demás, estén en el bando político en el que estén, se les respeta, sobre todo en momentos tan delicados y sensibles como el que vivimos ahora, pero de esos es mejor ni hablar; son minoría, y salvo en el caso de los que están en posiciones de poder (de esos hablaré un poco más adelante), el impacto de los empeños, de las palabras y de los actos de estos radicales a ultranza, es por mezquino e irrespetuoso, muy limitado y marginal. A la muerte no le gustan las fiestas ni los escándalos.
Es aún pronto para evaluar cuál será el efecto real que la muerte de Chávez tendrá en nuestro país. Con su fallecimiento se cierra definitivamente un ciclo histórico, pero los nuevos derroteros que recorreremos son aún difusos y en mucho dependerán de las actitudes que asuman nuestros líderes, pero también nosotros los ciudadanos. El oficialismo, ya lo vemos claro incluso en estos tempranos momentos, va a seguir jugando al personalismo exacerbado, y buscará a costa de lo que sea, convertir en mito a quien no fue más que un ser humano, con muchos defectos valga decir, como todos nosotros. En esto se revela la grave debilidad que padecen: No tienen a nadie de la estatura ni que calce los zapatos del ahora definitivamente ausente, así que no les queda más que tratar de inmortalizarlo, para ver si montados sobre los hombros de su recuerdo y de su imagen idealizada logran capear los temporales que se les avecinan.
Ya empezaron los excesos evidentes. Una cosa es aceptar que Chávez significó para muchos una esperanza, una que al cabo y sin embargo (veamos nuestros records en economía o en inseguridad) no terminó de concretarse más que a nivel emocional, o aceptar que ciertamente logró darle identidad y voz, que no necesariamente progreso y paz, a muchos que en su momento no las tuvieron. Sin embargo otra muy diferente es igualarlo a Simón Bolívar (ya VTV se afana en llamarlo “el Libertador del Siglo XXI”, o “el segundo Libertador”) o peor, a Jesús, cuando se le quiere endilgar, con franco irrespeto a los verdaderos creyentes por cierto, el mote de “el Cristo de los pobres”. Pareciera, especialmente en esto último, que el oficialismo no termina de aprender su lección: Hay fuerzas, creencias e ideas con las que no se juega porque después te pasan factura, basta ver el precio que coquetear continuamente con la muerte como bandera, lema y motivo les hizo pagar.
Hay un claro y muy grosero ánimo de usar la muerte, y hasta al cadáver de Chávez, para eternizar en el poder a quienes, lo saben, no tienen ni tendrán jamás el carisma ni la ascendencia que aquél sí tenía. Ya se había hablado de llevarlo a reposar en el Panteón Nacional, cuando eso sencillamente no es posible puesto que nuestras normas no lo permiten de inmediato, pero el súmmum de la indecencia lo propuso Maduro hace unos días. Pretenden embalsamar el cuerpo de Chávez para depositarlo en una urna de cristal, para que el pueblo lo haga eterno objeto de culto, todo ello además desconociendo expresamente la última voluntad de Chávez, que habría indicado que querría ser enterrado sin muchos faustos además en su Barinas natal.
Es una maniobra perversa y muy baja, no sólo porque supone burlar el deseo expreso de Chávez, sino porque pretende usar un cuerpo sin vida para idealizar y apuntalar una épica que nunca fue. No puedo imaginar un destino más triste para los restos de quien tan poderoso llegó a ser en vida. Será un objeto, un fetiche, una obra mortuoria en exhibición permanente. Espero que en sus familiares, al menos, se imponga la cordura para que impidan tal irrespeto.
Es momento de razón y de reflexión. Con Chávez muere una era, pero el fin de una era no es el “fin de las eras”. Nuestra nación seguirá su curso inexorable hacia el futuro sin esperar por nadie, mucho menos por quienes ya son parte definitiva de nuestra historia pasada, y así debemos asumirlo todos, pues la muerte del caudillo nos recuerda que nuestro paso por la vida es breve y que nadie es eterno, por mucho que se empeñen en hacernos creer, a veces, lo contrario. Forzar la barra para tratar de hacer presente y permanente al que ya está ausente, movidos además quienes lo hacen por sus propios y muy subalternos intereses, no puede sino degenerar en grandes daños, y puede traer perjuicios muy graves si no se contienen a tiempo. Si el pueblo decidirá resguardar a Chávez en su memoria y en sus afectos, eso es algo que se verá, pero eso jamás debe ser impuesto. Un mito “creado” es un mito frágil, porque al final no es sino uno artificial.
Al oficialismo le toca renovarse y decantar sus liderazgos, quizás también revisar un poco sus métodos, y buscar menos que la radicalización y la confrontación un camino diferente, el que lleva a la concertación y al encuentro con los opuestos. A la oposición le toca reorganizarse y afrontar los nuevos retos con respeto, pero con decisión. Vienen tiempos difíciles, en los que al parecer el abuso y la violación a la Constitución desde el poder seguirán siendo la regla. Maduro no debió haberse encargado de la presidencia, pues aunque el juramento postelectoral de Chávez quizás podría ser entendido como una formalidad no indispensable, visto que ya era presidente y ya había jurado para el cargo cuando fue electo originalmente, lo cierto es que jamás volvió a tomar posesión del cargo después del 7O. Jurar para un cargo y tomar formal y material posesión del cargo son dos cosas distintas, de la primera en algunas condiciones se podría prescindir, pero de la segunda no, por lo que en realidad es a Diosdado Cabello, como presidente de la Asamblea Nacional, a quien le correspondería encargarse de la presidencia hasta que se realicen las nuevas elecciones, en base al artículo 233 de nuestra Carta Magna. Maduro tampoco puede ser a la vez vicepresidente encargado temporalmente de la presidencia y candidato oficialista, pues lo prohíbe expresamente el artículo 229 de la Constitución, pero al parecer la muerte de Chávez permite o justifica cualquier cosa.
Espero que desde ahora se conjuren estos fallos, y hago votos para que los venezolanos comencemos esta nueva etapa desde el reconocimiento de los mutuos anhelos, de las mutuas expectativas, y por encima de todo de nuestra compartida y esencial humanidad. A todos nos corresponde ser artífices de nuestro futuro, hagámoslo de ahora en adelante luminoso, tolerante y próspero.
@HimiobSantome