Nicolás Maduro se debate entre la construcción del mito de Chávez y la realidad que vive el venezolano común. Fundamentar su elección para ser presidente de Venezuela sobre el símbolo de Chávez como el redentor de los pobres, además de manejar su imagen de libertador del siglo XXI y elevándolo a una figura cuasi religiosa, supone que tiene su “bendición divina”.
Sin embargo, el mito presenta una situación que contrasta el mundo primitivo donde los venezolanos poseen una especie de alma colectiva con el cual construyen su consciente colectivo y un pensamiento y una conciencia individual que crean el modo de pensar de su propia cultura y forma de actuar.
Este universo constituido por gente que está inscrita en los diferentes programas sociales del gobierno, denominados misiones, más los empleados públicos que dependen de la administración central y descentralizada suman diez millones cuatro cientos mil personas que representan un 54,98 por ciento del registro electoral permanente.
Hoy se encuentran en un proceso de luto y aferrados a la esperanza de que sus expectativas sean satisfechas por el sucesor.
El mecanismo de comunicación que Maduro intenta construir con ese sector de la población es recreando una narrativa emocional donde el miedo, como control social, y la verguenza, para desmoralizar cualquier apoyo al contrincante, son su eje fundamental.
El miedo a perder la beca, la pensión, la ayuda y el sustento producto del trabajo están siempre presentes en el discurso y las acciones desarrolladas durante la campaña electoral.
Estigmatizar al candidato opositor, Henrique Capriles, como un niño rico, sin hombría, sin carácter, ataca el orgullo del género venezolano.
La realidad es que los recursos económicos para satisfacer las expectativas amenazadas por el miedo están comprometidos con el financiamiento del proyecto del Socialismo del siglo XXI, obra fundamental del “nuevo libertador”.
El impacto es tal que la industria fundamental del país, Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (PDVSA) presenta un déficit actual en su flujo de caja de una vez y un tercio de las reservas internacionales de Venezuela equivalente a $31.000 millones por haber financiado este proyecto durante 10 años consecutivos.
Otras realidades son el continuo desabastecimiento de productos básicos; una inflación fuera de control que proyectado a fin de año se estima que estará entre 32% y 36% ; la criminalidad y la corrupción más altas del continente; el desempleo incrementándose entre un 9 a 10 por ciento –cifras oficiales–; la infraestructura derrumbándose con continuos apagones, la viabilidad difícil de transitar; las instituciones públicas, jurídica, legislativa, electoral, y las fuerzas armadas en un dilema entre seguir la constitución y ser eficientes o generar leyes, normas y ejemplos para la revolución bolivariana, donde el fin justifica los medios y así seguir con el estado revolucionario impuesto por el aparato cubano.
El reto de Henrique Capriles es presentar la realidad en un mensaje que signifique mostrar la ira y el dolor de seguir con estas situaciones.
Por el corto tiempo para decidir quien será el próximo presidente, el mito y la realidad se medirán en lo emocional.
De imponerse el mito y Maduro seguir sosteniendo la realidad, una crisis tanto económica, como política y social, será inminente en corto plazo porque amor con hambre no dura.