Lewis estuvo casado con Margaret Marshall, ex magistrada presidente de la Suprema Corte Judicial de Massachusetts. Marshall se retiró en 2010 para dedicarle más tiempo a su esposo, al que habían diagnosticado el mal de Parkinson. Un portavoz de la corte confirmó el fallecimiento del periodista.
En sus 32 años como columnista de The New York Times, Lewis exaltó causas como la libertad de expresión, los derechos humanos y el derecho constitucional.
Ganó los Pulitzer cuando era reportero. La primera vez que obtuvo el galardón fue en 1955 por la defensa que hizo en el Washington Daily News de un empleado civil de la armada al que se acusó falsamente de ser simpatizante comunista; repitió el premio en 1963, ya en el New York Times, por sus textos sobre la Corte Suprema.
Su libro “Gideon’s Trumpet” de 1964 trata sobre un ladronzuelo cuya batalla para que se le conceda un abogado defensor propicia una histórica decisión al respecto de la Corte Suprema.
Lewis fue un defensor de la decencia, del estado de derecho y de la razón frente a la marea del integrismo religioso y el nacionalismo extremo. En sus columnas arremetió contra la Guerra de Vietnam, el escándalo del Watergate, el apartheid en Sudáfrica y la construcción de asentamientos israelíes en Gaza y Cisjordania.
En su última columna que salió en el Times el 15 de diciembre de 2001, Lewis advirtió contra la claudicación de las libertades civiles en Estados Unidos ante el miedo posterior a los ataques terroristas ocurridos tres meses antes”.
“La pregunta difícil es si sobrevivirá nuestro compromiso con el estado de derecho a la nuevo sensación de vulnerabilidad que a todos nos acompaña tras el 11 de septiembre”, escribió. “Es fácil tolerar el disenso cuando nos sentimos seguros”, apuntó.
Lewis nació en Nueva York el 27 de marzo de 1927. Se recibió de la Universidad de Harvard en 1948.
Cuando se jubiló, dijo al Times que su carrera de columnista le había enseñado dos cosas.
“Una es que la certeza es el enemigo de la decencia y la humanidad en personas que están seguras de tener razón, como Osama bin Laden y (el entonces secretario de Justicia) John Ashcroft”, dijo. “La segunda es que en un país como éste, alborotado, populoso y diverso, la ley es absolutamente esencial. Y cuando los gobiernos esquivan la ley, es extremadamente peligroso”.