Durante la celebración del año nuevo persa, la semana pasada, el presidente Mahmud Ahmadinejad tuvo un gesto tan discreto como notable: Se hizo modestamente a un lado y dejó que su colaborador favorito fuera el centro de atención.
El gesto fue mucho más que un inusual momento de recato de un líder que tiende a laos grandes gestos. Era más bien una puesta en escena cuidadosa y orquestada como parte de los esfuerzos de Ahmadinejad para promover el destino político de su jefe de gabinete —que además es su yerno— con el propósito de buscarle un lugar entre los candidatos de las próximas elecciones presidenciales.
En los últimos meses de la presidencia de Ahmadinejad —debilitado por años de luchas internas con los clérigos gobernantes— nada parece más apremiante que intentar una última sorpresa. Esta consiste en rehabilitar la imagen de Esfandiari Rahim Mashaei, y de alguna manera conseguirle un cupo de cara a los comicios del 14 de junio.
Mashaei ha sido desde hace tiempo un cercano colaborador de Ahmadinejad, y su hija está casada con el hijo del presidente. Esa cercanía implica lealtad incuestionable, tal vez la razón principal por la que la clase dirigente clerical de Irán está en su contra.
Para conseguir que el nombre de Mashaei se incluya en la lista de aspirantes a la presidencia, Ahmadinejad debe hacer lo que hasta el momento no ha conseguido: imponerse en un enfrentamiento con el líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, y los otros guardianes de la República Islámica. Ahmadinejad ha fracasado en años recientes en sus intentos por ampliar la influencia de su cargo en políticas y decisiones reservadas a los clérigos gobernantes.
Eso lo ha debilitado en el tramo final de su mandato de ocho años, en el que muchos de sus aliados permanecen encarcelados o marginados de la política. Mashaei es parte de los efectos colaterales.
Sin embargo, el asesor ha sido desacreditado como parte de una “corriente desviada” que según sus críticos intenta socavar el gobierno islámico de Irán y elevar los valores de la Persia preislámica. La campaña de desprestigio incluso incluye rumores de que Mashaei recurrió a hechizos de magia negra para nublar el juicio de Ahmadinejad.
La idea predominante es que esa reacción negativa enterró las posibilidades de Mashaei de cara a las elecciones presidenciales. Los clérigos gobernantes deben aprobar a todos los candidatos y, según ese orden de ideas, buscan una lista previsible de aspirantes leales después de lidiar con las ambiciones de Ahmadinejad y sus perturbadores juegos de poder.
Jamenei y otros, incluyendo a la poderosa Guardia Revolucionaria, también tienen la esperanza de calmar las disputas políticas internas que, temen, proyectan una sensación de inestabilidad durante las negociaciones con Occidente por cuenta del programa nuclear iraní.
Sin embargo, nada de esto parece desalentar a Ahmadinejad, quien ha estado tratando durante años de ungir a Mashaei como su posible heredero y ahora parece reacio a apoyar a alguna figura menos polémica. AP