En un texto leído por su autor en el acto de adhesión de los artistas a la candidatura de Henrique Capriles, el escritor Leonardo Padrón buscaba un país y proclamaba que “en estos días feroces hay que ponerse el mapa encima”. La hermosa metáfora utilizada para convocar a la reconciliación y ponerle fin al desencuentro, tiene un correlato nada sublime en las reiteradas muestras de desconocimiento exhibidas por Nicolás Maduro de esa portentosa carta geográfica, con la cual Leonardo anhela fusionarnos en un solo pueblo.
“Tan buenos geógrafos que hemos tenido, desde los tiempos de Codazzi, y Nicolás no se ha aprendido el mapa”, es el trino que, con irónica sapiencia, Elías Pino Iturrieta puso a circular en Twitter en referencia a la confusión geográfica y los enredos del candidato oficialista que ubica los esteros de Camaguán en Apure y habla, como si nada, de los estados Margarita, San Fernando y Cumaná, elevando a la isla y las ciudades mencionadas al rango de provincias.
Tal vez sea un reflejo condicionado por la “nueva geometría del poder” y “la nueva geopolítica nacional”, mediante las cuales Chávez hablaba de “empoderar” al pueblo en un intento de que le aprobaran una reforma sensatamente rechazada por la mayoría.
Y es que los “revolucionarios” son muy buenos inventando nomenclaturas, cambiando nombres y destruyendo instituciones.
Recordemos que los jacobinos jugaron a la descristianización de Francia y apostaban por la instauración de un credo “revolucionario y cívico” que incluía el Culto a la Razón (el 10 de noviembre de 1793 se celebró un acto en la catedral de Notre Dame donde se adoró a la Razón encarnada por una mujer que, desnuda, ocupaba el altar mayor del templo). No hay que ser muy sagaz para entender por qué rodó la cabeza del incorruptible Robespierre.
De manera que ese empastelamiento de brújulas y horizontes quizá no sea producto de la ignorancia, sino que prefigura una reforma, mediante la cual para ser coherentes con la reescritura de la historia de Venezuela se pretenda también una transfiguración geográfica que, a falta de obras tangibles, enriquezca el catálogo de inútiles iniciativas engendradas por la incompetencia administrativa del régimen bolivariano, y a las que deben sumarse, de paso, la tramoya del supuesto atentado contra Capriles o la martingala del magnicidio.
Son notorios sus actos fallidos, tan evidentes sus errores y alucinaciones que uno se inclina a pensar que tamaños disparates responden, necesariamente, a una estrategia diseñada ex profeso para desviar la atención de un asunto fundamental: la incapacidad del pretendiente oficialista para ocupar el más alto cargo de la nación.
Una estrategia de la distracción que, como en los actos de prestidigitadores e ilusionistas de feria, oculta lo que se busca realmente mostrar al espectador, haciendo patente lo que no interesa.