Desde el momento en que el denominado “alto mando político y militar”, órgano de decisión que a pesar de no aparecer en ninguna parte nuestra Constitución Nacional es mencionado insistentemente por Nicolás , tomó las riendas del país, el modelo promovido por el comandante fallecido ha hecho aguas. Se ha visto pulverizado el capital político del PSUV así como los activos de los venezolanos y se ha generado un fenómeno político pocas veces visto, como lo es el hecho de que un dirigente a menos de una semana de haber sido “elegido” pierda por lo menos 10 puntos de popularidad con relación al día de la elección.
Ayer el mundo fue testigo de la juramentación de Nicolás Maduro como presidente de una mitad del país, que según los sondeos de opinión ya está más cerca de 38 por ciento que del 50 y piquito (según sondeos que se publicarán próximamente) que anunció Tibisay el 14 en la noche. Esta juramentación fue fiel reflejo de lo que está sucediendo al interior de este gobierno que Capriles ha descrito como “mientras tanto”. Se caracterizó por la protesta popular con un salsacacerolazo, fallas graves de seguridad y un discurso tan procubano, que más parecía el de un dirigente de tercer nivel que asume la presidencia del buró político del partido comunista cubano en el oriente de la Isla, por ejemplo, la provincia de Holguín y que debe congraciarse con el jefe del partido nacional para seguir ascendiendo, es decir, con Raúl Casto.
Todos los gobiernos del mundo cuentan con los famosos 100 días de gracia que el pueblo suele otorgarle a un nuevo gobierno, periodo de tiempo en el cual el electorado suele ser muy benevolente en los juicios contra las nuevas autoridades y que tradicionalmente los gobiernos aplican para implementar medidas que en condiciones de baja popularidad tendrían un alto costo político o no se podrían aplicar. Pues Nicolás ha logrado el milagro de devaluar la popularidad del gobierno que llegó a estar en torno al 68% y ahora se ubica cerca del 40% en mucho menos de 100 días.
Las consecuencias políticas de un gobierno cuestionado en su legitimidad nacional e internacional, con una lectura incorrecta de los resultados electorales y de la nueva realidad del país, en medio de una crisis económica y social inexplicable frente a tantos ingresos petroleros, no puede ser otra que la ingobernabilidad y la poca capacidad para implementar políticas públicas que ayuden a solventar la situación general del país. Mientras el alto mando del PSUV siga creyendo que el país es lo que transmite VTV, el gobierno seguirá aislándose, perdiendo base de apoyo popular y profundizando la crisis del país.
El proceso de auditoría que comenzará el próximo lunes irá arrojando la verdad de lo que ocurrió el 14 A. Hay que ser serio para decir que el resultado de la misma puede ser la confirmación del gobierno de Maduro o la ratificación de nuestra creencia de que el presidente legítimo es Henrique Capriles. Sin embargo, al margen de estos resultados el abuso observado durante la campaña, el amedrentamiento por parte de grupos violentos del partido oficialista, la actitud irresponsable del ministro de la defensa quien intentó involucrar a las FFAA a favor del candidato del PSUV y la conducta de las cuatro rectoras del CNE pro oficialistas, que orgullosamente usaban su brazalete tricolor –lo cual recordaba mucho al brazalete usado por los nazis- nos llevan a hacer serios cuestionamientos sobre la legitimidad y el autoritas de las cabezas de las instituciones y del liderazgo de Nicolás. La visión de los resultados debe ser holística.
La respuesta de Nicolás y Cabello frente a los resultados del 14 A, en lugar de seguir los consejos de José Vicente Rangel de iniciar un gobierno de diálogo y entendimiento, se han ido por el camino de la torpeza, la violencia y la anti política. Hostigar a los empleados públicos quitándole sus celulares para ver si tienen una foto de Capriles o instalar un falso call center con la nómina de los ministerios preguntando si votaban o no por Capriles para armar una nueva lista Tascón, o responder con tiros y cohetazos a la protesta popular de cacerolear, sólo profundizará la brecha entre el país real y la Cubazuela que estos señores tienen en la cabeza. Arremeter contra las personas que creen en el legado social y reivindicativo de Chávez y para quienes Capriles podía continuar con ese legado mucho mejor que Maduro equivale a intentar destruir a buena parte del chavismo.
El pastel ideológico de Nicolás y Cabello, una mezcla de militarismo, autoritarismo, castrocomunismo y algo del pensamiento de Hugo Chávez Frías, es tan caótico y peligroso que ha puesto a pelear al pueblo que tradicionalmente apoyaba al presidente fallecido. Muchas personas sienten miedo ante las amenazas de Cabello y las proclamas de profundizar la revolución de Nicolás, pero en realidad esas conductas anti democráticas desmoronarán aceleradamente la popularidad del gobierno, lo cual más temprano que tarde lo llevará a rectificar o el pueblo unido los sacará del poder.
Carlos Valero
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