Después de un resultado electoral bajo sospecha nacional e internacional, la reacción de los supuestos ganadores ha sido de perdedores que usurpan el poder: se niegan al conteo de votos, y las rectoras electorales que actúan como voceras del oficialismo tienen la desfachatez de anunciarle a la oposición que no se haga ilusiones ni falsas expectativas porque los resultados son irreversibles; no tienen la menor intención de hacer ninguna auditoría, como lo expresó la rectora Sandra Oblitas.
Además de desatar la represión contra las protestas cívicas de los ciudadanos, está la violencia inusitada y salvaje contra los diputados opositores. La prohibición del presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, al negarles el derecho de palabra es una clara violación de la Constitución, un desconocimiento a la minoría parlamentaria –que a pesar de haber obtenido 52% de los votos tiene menos diputados que el oficialismo–, también es una prueba palpable de querer eliminar a la oposición de todo espacio en la vida pública y criminalizar la disidencia.
No sé adónde irá a parar el presidente de la Asamblea Nacional con tanta desmesura. Él mismo confesó que el extinto presidente Chávez “era el muro de contención de muchas de esas ideas locas que se nos ocurren a nosotros”, y, por lo tanto, se empecina en negar toda posibilidad de diálogo y poner fin a tanto hostigamiento. Hay que reconocerle a Diosdado Cabello su jactancia de jaquetón para afrontar las consecuencias de sus propios actos y para no caer en la pusilanimidad estúpida de negar la evidencia. Por mostrarse tan radicalizado y descontrolado es que ha perdido apoyos en la Fuerza Armada Bolivariana; los mismos que hasta pocas semanas lo ponderaban como el hombre que debió suceder al “comandante eterno”, ahora lo ven como un loco furioso y peligroso de tratar, en el que no pueden confiar.
En la Fuerza Armada y en el ala militarista del oficialismo se están volteando hacia Arias Cárdenas y Vielma Mora, que mantienen sus aspiraciones a ser candidatos y están dispuestos a promover elecciones internas para medirse, en caso de que se repitan las elecciones presidenciales, escenario planteado no sólo por Henrique Capriles Randonski sino por algunos miembros del Alto Mando Militar.
Dentro de la FANB se ha desatado una cacería de brujas, y los que actuaron el 14 y el 15 de abril apegados a la Constitución, que se negaron a quemar votos y actas, que no se prestaron a otros desmanes tipificados como delitos han sido colocados en la lista de sospechosos –148 oficiales–, detenidos en la DIM, pasados a consejos de investigación para darlos de baja o acusarlos de golpistas. Ha sido la recomendación del número tres de Cuba, el siniestro Ramiro Valdés, el cerebro de los servicios de inteligencia que no falla en operaciones represivas y entra cada vez a Venezuela como Pedro por su casa, para depurar a la Fuerza Armada y monitorear al títere que Fidel y Raúl colocaron en Miraflores.
El chavismo sin Chávez es la ingobernabilidad y el caos, el diluvio que el difunto vislumbraba con su salida de la escena patria. El pobre Nicolás Maduro no entiende que inauguró un gobierno espurio, basado en la mentira, que su estabilidad está comprometida, que es un presidente transitorio, un “mientras tanto”, como dijo Capriles, pero prefiere suicidarse en primavera antes que demostrar su legitimidad y aceptar el recuento de los votos.