Ha sido una inauguración macilenta y desprovista de emoción. Nadie ha vibrado de regocijo: ni siquiera “el heredero” muestra buen ánimo: antes bien, es él quien exhibe menos entusiasmo. Su gobierno se ha inaugurado sin los barnices del optimismo que la novedad suele conferir. El cheque en blanco y la luna de miel le están vedados: no es habitual que una administración comience su faena afectada en su credibilidad. Lo que hoy experimenta “la sucesión” es una caducidad anticipada; una extinción rítmica cuyos tonos apoteósicos retumban en cada cadena mediática.
La joya argumental que el TSJ aportó para zurcir la farsa alrededor de la enfermedad terminal de Chávez, es ahora una maldición. “La continuidad” despintó el advenimiento del “chavismo sin Chávez”: la popularidad del “delfín” no sólo está rasgada por causa de las “dudas razonables” sobre la transparencia de su triunfo. También pesa sobre él una enorme deuda social, por la cual se ha reducido dramáticamente la franja popular dispuesta a mantenerse “rodilla en tierra” para defender a la revolución. Por eso los ceremoniales de la apertura de Maduro han sido tan lúgubres: porque ni la nomenclatura tiene fe en su idoneidad para desactivar la bomba política, social y económica que está por detonar.
Las urnas electorales describieron a una sociedad que abrió sus brazos al cambio, convencida de que “el proceso” ha llegado a un punto de rendimiento decreciente y de que la permanente agitación revolucionaria está reñida con la conquista de su bienestar. El país dictó un veredicto inapelable: los ciudadanos quieren un gobierno que resuelva los problemas y no uno concentrado sólo en la lucha por la retención del poder. El rechazo a la auditoría de los votos hace parte del drama: la negativa acentúa el descenso de los niveles de respaldo del oficialismo, que es el que ahora muestra un grave déficit democrático.
“La sucesión” no puede eludir la demanda de una gestión decorosa a punta radicalismo: si lo hace, profundizará todavía más la exigencia. La pérdida de una porción importante del legado de Chávez en los comicios del 14-A no es un dato episódico: es una tendencia que anuncia una descapitalización vertiginosa, cuyo efecto será la merma de la capacidad de maniobra del régimen. Eso explica por qué la toma de posesión de Maduro lució como el presagio de un prematuro y prolongado funeral, ambientado por una impugnación que -coincidiendo con la inevitable tormenta económica- ya posee un amplio respaldo en el propio pueblo bolivariano. No en vano, y mientras amaga, el chavismo ha iniciado la silenciosa búsqueda de un candidato… Sí, Capriles pega durísimo, aunque con guantes de seda: el 14-A puede ser su propio 4F.
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