A finales del 2011, a sabiendas de que Hugo Chávez estaba enfermo, lo prepararon para las elecciones del siguiente año. No tenían otra opción, aún cuando en el camino la ya deteriorada salud terminase por matarlo; tal como ocurrió. Mintieron al decir que ya se había curado el cáncer, para que confiasen en la vitalidad del candidato; mintieron, hasta tal punto que se dudaba de que su comandante estuviera siquiera enfermo.
El círculo íntimo sí sabía que a Chávez le quedaban pocos meses; por eso adelantaron las elecciones de diciembre para octubre. Recordemos que poca fue la movilidad que mostró durante la campaña. Aunque expertos en informática aseguran que por las tantas trampas del CNE no ganó ese 7 de octubre, eso fue clavo pasado. Hasta Henrique Capriles aceptó su triunfo.
Fue visto por última vez el 8 de diciembre cuando arribó un avión que lo llevaría a su próxima operación. Antes de irse, por si algo le pasaba, declaró su heredero a Nicolás Maduro, entonces vicepresidente ejecutivo y ministro de Relaciones Exteriores. Operado tres días después, uno de sus hermanos dijo que le había dado un derrame.
El día de su juramentación, 10 de enero, Maduro tomó posesión, aunque nunca se supo si Chávez ese día había muerto o estaba totalmente incapacitado, lo que los hubiera obligado a realizar elecciones en 30 días y designar como presidente encargado al presidente de la Asamblea Legislativa, Diosdado Cabello.
Mi denuncia en el Consejo Permanente de la OEA el 16 de enero de que Venezuela tenía una democracia enferma y que lo hecho el 10 tenía visos de inconstitucional, motivó mi destitución como Representante Permanente de Panamá ante ese organismo. Las presiones de rompimiento de relaciones con mi país no se hicieron esperar; nadie ni nada podía interrumpir la comedia trágica montada para dejar a Maduro en el poder.
Mintieron con su enfermedad, que nunca se supo con exactitud qué tenía. Usaron su cuerpo, quizás ya muerto o inconsciente para seguir mintiendo. Dijo Maduro que hacía ejercicios y que se había reunido con él por cinco horas. Inventaron que firmaba decretos, en tinta roja. Que se había retratado con sus hijas, que inmediatamente se determinó habían sido producto del photoshop. Que tenían reuniones con él, habiendo inventado un lenguaje especial de señas para poder transmitir lo que quería. Todo mentira.
Como dijo un amigo, si no es porque Cochez anuncia el 27 de febrero que Chávez tenía muerte cerebral desde el 30 de diciembre y que ya había sido desconectado y estaba muerto, todavía estuviera el difunto mandado a través de una firma electrónica, agregaría yo, con tinta roja. La bandera de su muerte oculta fue tomada por los estudiantes y se movilizaron para exigir la verdad. Su muerte oficial fue el 5 de marzo y todo lo que desde allí pasó fue seguir pisoteando la Constitución: Diosdado debía asumir, lo hizo Maduro, quien fue candidato sin poder serlo. Descaradamente se robaron las elecciones y el 14 de abril impusieron un nuevo presidente.
Lo peor de lo que pasa en Venezuela es la hipocresía de todos los países del Hemisferio, con la excepción de Paraguay, EE.UU. y Canadá. El compromiso democrático de todos ha quedado en pantomimas: si el CNE recuenta, apoyamos a Maduro. El caso venezolano pasará a la historia como la mayor vergüenza que han podido apoyar las llamadas democracias latinoamericanas, en el fondo porque no quieren que a nivel interno los cubanos les alteren su orden social. Increíble.
EMBAJADOR DE PANAMÁ OEA (JUL-09-EN-13).