Ese ánimo ha ido variando, pero, es previsible que tenga picos y bajos; por eso la gran responsabilidad que recae en los líderes del chavismo y de la oposición, para evitar que la sangre llegue al rio.
Como quiera que de ambos polos noto que se están cometiendo errores, me permití preguntarle a un pajarito, que antes de salir el sol, se posa en el árbol que da justo a mi ventana. Es una avecilla no tan chica, ni tan grande, que soporta los embates de la avenida Baralt, por eso conoce muy bien a la gente. Tiene pecho amarillo y por eso supuse que era un turpial, pero él me dijo: Chiu-li así que asumí que era un Chirulí.
Sus trinos lo leerán a continuación, pero advierto que cuando le pregunté para quien era cada uno de sus silbidos, se puso a cantar y creí entender que dijo: Al que le caiga, que la chupe:
Cuando alguien gana una elección, se debe dar un discurso de inclusión, encariñar y conquistar el respeto de algún porcentaje de sus oponentes cuyos votos son tan importantes, como los de quienes te hicieron ganar.
Cuando alguien pierde una elección, y piensa que se la han robado, le asiste el derecho a apelar a todos los recursos legales disponibles; pero debe tener cuidado de no desprestigiar el voto como instrumento de cambio, porque para la próxima contienda sus votantes se pueden abstener al desconfiar en el sistema.
No se aprende a echar cuentos de la noche a la mañana y mucho menos a manejar la escena pública. Los llaneros por ejemplo, son buenos relatando historias, tal vez porque vienen de una tradición oral. Es como los zulianos, cuyos chistes son tan divertidos, o como los orientales, que no es tanto lo que hablan sino la capacidad de aguante que tienen, tal vez porque vienen de esa estirpe de pescadores, que debió madrugar y pasar horas en el mar para ganarse el pan. Pero lo caraqueños, que por lo general, se han criado viendo televisión y en los guettos armado en esta ciudad, que abandonaron la volada masiva de papagayos, los juegos de metras, de bolas, la partida de coco y hasta los rezos caseros de novenarios, no tienen la lengua tan aceitada. Primero hay que entrenarse antes de pasar mucho tiempo frente a un micrófono, porque hay algo peor que un producto no apto: mostrarlo mucho.
Todo tiene su tiempo bajo el cielo. Hay tiempo para que hable uno y para que hable el otro. Interrumpir al otro cuando es su turno, es una receta fácil para ganarse el encono de sus seguidores.
Leer no hace daño. Al contrario, ayuda a pulir el discurso, a abrir la mente hacia nuevas ideas y a expresarlas de manera apropiada oralmente.
Nadie nace aprendido. Pero crear un estilo propio pasa por tener momentos de reflexión. En estos tiempos sobrevenidos es necesario, al menos, por un instante, separarse del foco de luces, para pensar, saber qué es lo que pasa, qué dice la intuición sobre el momento que vive el país.
El deber de un líder con sus seguidores es orientarlos por el mejor camino. Cuando algunos no están de acuerdo porque quieren tomar atajos, le toca convencerlos, convocarlos a que entren por el carril.
El capital político si no se administra bien, como cualquier otro capital, se dilapida y recuperarlo es cuesta arriba. Cuida lo que ganaste, que siempre hay zamuro cazando güiro.
Finalmente, dejó de hablar por uno momento. Intuyó que venía uno de los pocos autobuses que aún transitan por Caracas y que lo espanta. Pero su rama no vibró con el traqueteo del bus y entonces empezó a silbar. Le pregunté si tenía algo más que decir. Trinó nuevamente y me pareció escuchar: Asuman su tarea de evitar que Venezuela se vaya por un barranco. Yo solo soy un pajarito que quiere que todos aprecien el país que tenemos y que no lo incendien por no tener el valor de verse las caras y coincidir en lo que haya que coincidir, y resolver lo que haya que resolver. Le repliqué: No será mejor dejar que todo se resuelva solo; y él me vio con cara de “esta como que vive en las nubes” y se fue volando. Me da la impresión que mientras se alejaba, soltaba: “Yo te aviso chiruli”.
Con información de Politikom