No lo lograron. Quisieron presentar a una oposición impotente y consiguieron lo contrario. El oficialismo se la puso en bandeja de plata a sus adversarios, que volvieron a salir airosos de una de las tantas pruebas a las que están sometidos por estos días. Los hechos ocurridos en la Asamblea Nacional le fueron de gran utilidad a la bancada de la MUD, cuyos integrantes consiguieron mostrarles a sus electores que su presencia en el Parlamento no es inservible, ni mucho menos infructuosa… Todos los caminos conducen a Roma y, aunque los más pausados generen impaciencia, son éstos los menos inseguros. Capriles y los aliados de la Unidad están haciendo bien las cosas: comprendieron que lo importante es mantener la constancia, sin perder el norte ni el aplomo.
La revolución lleva ya seis años buscando que sus rivales abandonen la estrategia pacífica adoptada desde el año 2006, cuando se decidió dar la batalla en las urnas de votación. Ese objetivo era el telón de fondo de los eventos violentos del martes: mostrar la ineficacia de ese camino y animar una agenda insurreccional, que sólo el gobierno, con las instituciones confiscadas, puede dominar. El oficialismo se siente acorralado: está convencido de las serias dificultades que deberá afrontar para volver a ganar cualquier otra medición. Tal y como van las cosas, la única salvación es provocar un divorcio entre las masas opositoras y sus dirigentes: un cisma que derive en la pérdida de la confianza, en la anarquía y, luego, en una nueva ola abstencionista.
El PSUV no tiene alternativa: o consigue desanimar a la población democrática o se verá expuesto a sucesivas derrotas electorales y políticas. Varios comicios están por venir: las municipales -postergadas hasta nuevo aviso- podrían producir una crisis de legitimidad todavía más aguda. El politburó teme a un resultado que pudiera tener un efecto similar al de un revocatorio. Las parlamentarias también son un dolor de cabeza. Nadie apuesta a nuevas victorias del oficialismo: ni siquiera sus dirigentes. Si el país democrático conserva su serenidad, consciente de que protagoniza una batalla de las más difíciles, en poco tiempo verá a una revolución boqueando y sin oxígeno. Capriles exhibe la serenidad y el temple necesarios, pero necesita que su electorado le acompañe en el trance.
Hasta el martes, mucha gente pensaba que los “espacios conquistados” por la oposición no le estaban aportando nada concreto a la lucha. Sin embargo, tras el impasse, las cosas tomaron un rumbo diferente: poco a poco va entendiéndose que todo lo que sirva para demostrar el talante autoritario del “proceso” suma en beneficio del objetivo democrático. La paciencia es indispensable: sobre todo si el juego se está ganando. Todos los caminos conducen a Roma.