“¿Por qué tienen que morir las hojas, allí donde vamos nosotros?”
Una escritora comunista
Los efectos económicos desastrosos del gobierno chavista cada día que pasa se hacen más insufribles, y nubarrones en el panorama presagian gravedad mayor.
Mientras los caudales públicos rebosaron con dinero para el derroche populista, la población se mantuvo adormecida e indulgente de cara a la camarilla en el poder, la cual hacía lo que le venía en gana, haciendo caso omiso de las solicitudes razonables de rectificación provenientes de algunos sectores políticos y económicos.
Corría el billete y para gran parte de la colectividad nacional, las “exquisiteces” sobre el respeto a principios democráticos y derechos humanos, no tenían cabida a la hora de valorar la ejecutoria gubernamental.
Este temperamento manso y aquiescente pareciera que comienza a cambiar, los números del 14-A fueron una fuerte campanada. Las consecuencias de la reiteración de políticas económicas disparatadas que vacían los bolsillos están comenzando a sentirse con fuerza. El déficit fiscal es monumental. La escasez y la inflación golpean sin contemplación a las mayorías. Dentífricos, jabones, harina, aceite, repuestos y papel tualé han desaparecido de los anaqueles de comercios, y cuando se consiguen, el dinero no alcanza.
Entre tanto, la temperatura de los ánimos sube, y no se confía en que se quiera cambiar el rumbo suicida llevado hasta ahora.
La incompetencia e ignorancia de quienes gobiernan han jugado un papel determinante en estos estropicios; igual la visión ideológica demencial que los inspira.
Los errores cometidos son los mismos que en otras experiencias políticas de similar naturaleza.
Baste recordar el libro “Los naranjos del lago Balaton” (“Les orangers du Lac Balaton”, Seuil, 1980) del sociólogo francés Maurice Duverger. Allí preanuncia el derrumbe final del comunismo soviético, a causa de sus aberraciones, particularmente en el campo económico.
Para mostrarlo en toda su irracional dimensión, refiere Duverger que en la época de Rakosi, a comienzos de los años cincuenta del siglo pasado, “el mejor discípulo de Stalin”, los planificadores del gobierno húngaro deciden plantar miles de naranjos a orillas del Lago Balaton, región que a pesar de tener un clima meridional, no dejaba de estar expuesta a las heladas. El técnico encargado del proyecto valientemente manifestó que esta empresa era una quimera; no le hicieron caso. El Partido no podía equivocarse, era fiel intérprete del materialismo histórico, de la verdad científica del socialismo.
Así, los naranjos fueron plantados como lo ordenaba la planificación centralizada, disponiendo de cantidades importantes de divisas que escaseaban. Los naranjos murieron, y por supuesto, el técnico fue culpado de sabotaje ¿acaso no había mostrado desde el inicio su mala voluntad al cuestionar el proyecto?
Cuando vemos las reacciones del gobierno chavista en la actualidad frente al problemón que tienen encima de escasez e inflación, generadas por él mismo, el episodio de los naranjos húngaros viene como anillo al dedo.
Para el gobierno, la culpa no se origina en las expropiaciones caprichosas, controles de precios, control de cambios, controles de distribución de los alimentos, leyes absurdas, descalabro de las industrias estatizadas y la inseguridad jurídica en general. No, los causantes de todo lo que sucede son los que, a duras penas, aún producen a pesar del cerco gubernamental.
Los culpables son los que han venido alertando sobre las erradas políticas económicas puestas en práctica desde hace varios años, de ninguna manera los que las ejecutan inspirados en ideologías nefastas.
El modelo comunista húngaro descrito por Duverger es el mismo que en esencia se ha querido implantar en Venezuela, con igual perversidad y similares resultados.
Raymond Aron decía que mas allá de lo meramente económico, este tipo de régimen comporta algo más grave, es también un despotismo ideocrático que suprime las libertades individuales y colectivas y que no existe sino para la mentira.
¡Qué casualidad! La cabeza de nuestro gobierno es conocido popularmente como “Mentira fresca”, y en materia económica a diario vemos cómo nos miente sobre las causas de las penurias que vivimos. Falta a la verdad cuando en lugar de reconocer sus garrafales desaciertos, pretende achacarle la grave situación a los sectores privados de la economía, cuando no, al imperialismo.
Es urgente que se cambie de rumbo de la economía, que se sortee el despeñadero a la vista, que haya un liderazgo claro en el gobierno. Es menester que los distintos actores públicos y privados concierten una agenda mínima de acuerdos nacionales que permita retomar una senda de convivencia consensuada y ajustada a la Ley. Con la exacerbación de la crispación perdemos todos.
No es fácil lograr eso con un gobierno como el que tenemos, de legitimidad cuestionada, débil, autoritario, sectario y con varias cabezas que van cada una por su lado. Sin embargo, habrá que insistir en el necesario diálogo, hasta hacerle entrar en razón, con firmeza, inteligencia y presión ciudadana. La alternativa a esto ni la menciono.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV