La violencia que alcanza niveles récord en América Latina es a la vez producto de las transformaciones políticas recientes, de las desigualdades generadas por el crecimiento económico pero también de una cultura de la violencia de larga data, señalan diferentes analistas.
Alexandre Grosbois/AFP
A pesar del fin de varios conflictos civiles en estos últimos años (Guatemala, El Salvador) o de la caída de su intensidad (Colombia, Perú), muchos países y ciudades del continente figuran a la cabeza de las listas que miden los homicidios en el mundo.
Lejos delante de países como Afganistán e Irak, Honduras y El Salvador ocupan los primeros lugares de esa funesta clasificación.
En Honduras, la tasa de homicidios es diez veces superior a la media mundial, y en 2012 ascendió a 85,5 asesinatos anuales por cada 100.000 habitantes, según un reciente informe de la Universidad Autónoma de Honduras (UNAH, pública).
Al igual que El Salvador (69 muertes violentas por año por cada 100.000 habitantes en 2011, según la ONU), ese pequeño país de América Central sufre la delincuencia de las llamadas “maras”, bandas criminales que reclutan jóvenes en los barrios pobres de las grandes ciudades que colaboran con grupos criminales mexicanos. Padecen asimismo la debilidad de las autoridades públicas, la corrupción policial endémica y una justicia inoperante.
“En los países del Triángulo Norte (Guatemala, El Salvador y Honduras) a las causas tradicionales de la violencia se agrega la frágil institucionalidad de los Estados, las policías permeadas por el crimen y los amplios niveles de impunidad”, afirma Jannet Aguilar, universitaria y responsable de la Coalición Centroamericana para la Prevención de la Violencia Juvenil (CCPVJ).
La ciudad que la mayor parte de las estadísticas consideran la más violenta del mundo es San Pedro Sula, en el norte de Honduras, con no menos de 173,6 homicidios por cada 100.000 habitantes cada año. Destronó hace dos años a Ciudad Juarez, la ciudad mexicana famosa por ser a la vez escenario de una ola de asesinatos de mujeres y enfrentamientos entre cárteles de narcotraficantes.
Pero detrás de esas cifras récord, otros países como México, Venezuela y varios estados de Brasil tienen enormes dificultades para contener una criminalidad endémica que se nutre de las desigualdades sociales y del tráfico de drogas. Esas formas de violencia reemplazaron a los crímenes de Estado y las acciones de las guerrillas de los años 1970-1980.
Únicamente en México, la violencia vinculada a los cárteles del narcotráfico ha provocado más de 70.000 muertos desde 2006, según datos oficiales.
En varios países reina el “narcodólar”
Según Antonio Mazzitelli, representante de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y la Criminalidad (ONUDC) en México, las causas económicas están en el centro del recurso a la violencia en el continente.
“El desarrollo económico y social de estos últimos 30 años comportó profundas desigualdades, lo que constituye uno de los elementos que explican la violencia” y el recurso al tráfico ilegal, afirma, y explica que “aquellos que no se pudieron beneficiar de esas oportunidades económicas (…) encontraron en los mercados paralelos el medio de enriquecerse a través de las redes criminales”.
Además, varios observadores señalan que una democratización mal asimilada ha debilitado las instituciones y las fuerzas de seguridad en muchos países, dejando el campo libre a los grupos del crimen organizado y a sus “narcodólares”.
“Avances democráticos y económicos reales marcaron los últimos 40 años, muchas cosas han cambiado para bien. Hoy, Brasil, México y Colombia son economías emergentes con verdaderos sistemas democráticos (…). En ese contexto, la violencia es una de las externalidades del crecimiento global acelerado, coma las dificultades vinculadas a la justicia y a la seguridad”, señala el alto funcionario de la ONU.
“En varios países que sufrieron dictaduras se pasó de Estados fuertes, donde la seguridad provenía de la intervención directa de agentes represivos a un sistema en el que los propios ciudadanos son actores de esas instituciones (…). Ahora bien, para la consolidación de las reglas del juego democrático, esas instituciones ya no pueden actuar como hace 30 años”, agrega.
Aldo Panfichi, sociólogo en la prestigiosa Univeridad Católica de Lima, también destaca los escasos medios de que disponen algunos Estados y su frecuente corolario: la corrupción.
“La delincuencia común crece más porque hay corrupción policial y judicial. Eso debilita la capacidad del Estado y las instituciones”, que en algunos países son impotentes para enfrentar “la acción del narcotráfico, que destruye la institucionalidad democrática”, explica.
Finalmente, entre los elementos que permitan comprender la violencia en el continente, varios expertos apuntan a una historia y una cultura impregnadas de conflicto y dominación.
“La violencia es parte consustancial de las sociedades latinoamericanas, donde hay un fuerte enraizamiento histórico. Sociedades de mayor desarrollo indígena, como los imperios azteca e inca, se construyeron sobre la base del sojuzgamiento de culturas locales violentadas”, asegura Panfichi.
Además de la violencia emprendida por las guerrillas, las bandas criminales y los cárteles de traficantes, también existe en América Latina una violencia cotidiana: criminalidad en los barrios pobres de las grandes ciudades, violencia contra las mujeres en América Central, conflictos por la propiedad de la tierra en Brasil y Paraguay, motines y asesinatos en las cárceles venezolanas, brutalidad en los conflictos sociales en Bolivia y Argentina, abusos y prepotencia policial en Chile, etc.
“Cuadratura del círculo”
Para el universitario peruano, esta cultura de recurrir a la violencia es también “consecuencia de la disociación entre las instituciones y la cultura cotidiana callejera”.
Finalmente, Mazzitelli, señala un último aspecto que a su juicio es necesario destacar: “En la mayoría de los países latinoamericanos existe una cultura machista del hombre fuerte y viril que a menudo implica la posesión de un arma”, a veces muy fácil de conseguir (como en América Central, México, Brasil y Colombia).
Tanto en las favelas brasileñas y venezolanas como en el campo paraguayo y colombiano, en México, América Central y la Amazonia, los conflictos terminan muchas veces en baño de sangre.
En una reciente publicación, el universitario francés Pierre Salama, especialista en América Latina, subrayaba que “las causas del aumento y la disminución de la violencia son múltiples y se entrecruzan”. Según él, “reducir la violencia cuando ha alcanzado el nivel que ha alcanzado en numerosos países latinoamericanos es un poco como intentar lograr ‘la cuadratura del círculo'”.