Me planto frente a un espejo. Deseo reconocer en mi rostro la Venezuela que hay en mí: comprender las heridas, cicatrices, lágrimas, aliento y asfixia de mi pueblo.
Escudriño frente a mí mismo. No logro descubrirme, veo una figura empañada y borrosa. No sé si es la opacidad o la penumbra lo que perturba mi visión de lo que soy -de lo que somos- como venezolanos. La Venezuela que hay en mí se evapora.
Me desespero, nos desesperamos, porque no soy sólo yo quien busca la esencia gloriosa del bravo pueblo y no la encuentra. Somos la mayoría.
Me gana la impotencia y la rabia, lanzo una pedrada sobre el espejo y estalla en pedazos. Una triza alcanza mi frente, que ahora sangra. Vuelvo mi mirada sobre los escombros y logro divisar, ahora sí, en cada fragmento del espejo roto una parte de la estallada y sangrante Venezuela.
Y comprendo: somos un pueblo partido en pedazos, que sangra su vergüenza.
Estamos metidos en un mar de mierda
No hay palabras para describir la podredumbre que nos legó el paso descompuesto y traidor de Hugo Chávez por Venezuela, ni siquiera Mario Silva fue exacto cuando nos advirtió que la revolución era un mar de mierda. Fue insuficiente.
La caída de Mario Silva desmoronó el último vestigio de credibilidad que quedaba del chavismo, entre su propia gente la hizo mierda. Ahora los chavistas están claros sobre cuál es la composición real de esa putrefacción que es la revolución y responsabilizan a Hugo Chávez Frías por el desastre. Al menos despiertan en la hediondez.
Chávez entregó Venezuela a lo más ruin y corrupto de Latinoamérica: el narcotráfico y Cuba, y nos heredó una batalla pavorosa entre esas dos fuerzas devastadoras para adueñarse de nuestro país. En esta tragedia uno se pregunta: ¿Qué poder vencerá en este mar de mierda que es el chavismo: el narcotráfico o el comunismo cubano?
Nos destrozará cualquiera de las respuestas.
Diosdado Cabello, ese hijo de la gran puta
Estoy convencido de que la estratosférica estupidez de Maduro arrasará, consciente o inconscientemente, con el chavismo; él solo. La única posibilidad cierta de que no lo haga es que entregue el gobierno al Presidente Capriles. No hay otra. Ni siquiera que continúe la carrera capitalista y neoliberal que ha iniciado.
Mario Silva, un chavista de pura sepa, representante cabal de la miseria humana que fue Hugo Chávez en vida, lo advirtió a tiempo; hay que concederle crédito por ello. No sólo cuando reconoce que Maduro es un demente y mandilón, sino cuando acusa a Diosdado Cabello de conspirador y corrupto: “el hijo de la gran puta”.
Cuando Silva comunica a su jefazo cubano que en el chavismo está ocurriendo una conspiración liderada por Diosdado Cabello y José Vicente Rangel, lo hace con honestidad y compromiso revolucionario. La desesperación de Silva es sincera: el sector más corrupto de la revolución está venciendo a su comunismo. Maduro es demasiado bobalicón para darse cuenta y Cabello triunfa.
“Hay que hacer algo antes de que me maten”, comenta Silva, “yo sé mucha mierda” chavista.
Lo primero que sabe -y tiene razón- es que Chávez detestaba a Diosdado y a muchos de los nuevos enchufados del madurismo, otrora condenados al destierro por él (Jesse Chacón y José Vicente Rangel). Pero lo que más sabe Mario Silva, y lo confirma con su inaudita y cobarde tesis del “montaje” es que la CIA ha entrado en Venezuela y está en el altísimo gobierno. Los han infiltrado.
Pienso -lo pronuncio con mucha tristeza- que es muy probable que sea así. Pienso que nuestra irreconocible Venezuela, la del glorioso bravo pueblo, ha sido traicionada y entregada a los cubanos principalmente, pero también a los iraníes, a los chinos, a los rusos y a los brasileños. Chávez lo hizo.
Pero embalsamado Chávez, la canallesca CIA, que tanto daño ha causado en el mundo, no podían quedarse fuera del botín e infiltra al madurismo. Igual que infiltraron y apoyaron en su momento a Bin Laden, Hussein, Pinochet y Putin (este último tiene su analogía venezolana), ahora en Venezuela tiene su representante en el alto gobierno. ¿Quién es? Parece obvio.
Lo grave es que ante este saqueo nacional, ante este acto de traición, Venezuela, o mejor, el venezolano está demasiado roto como para defenderse.
La humillante rendición de Silva
El primero que cayó en esta red de intrigas, miseria y traición fue uno de los peores enemigos de la venezolanidad: Mario Silva. El verdugo pidió clemencia y se rindió de manera vergonzosa. Diosdado lo arruinó y acabó probablemente con el único chavista real que entendía y actuaba como Chávez.
El patético argumento del montaje que expuso entre estertores Mario Silva lo enterró de manera definitiva. Fue un acto de cobardía. Se quedó callado. Chávez al menos asumía la responsabilidad de sus actos. Silva en cambio se quedó con el rabo entre las piernas. Pobre diablo acobardado y traidor a sus principios.
Con su silencio no sólo traicionó a su “supremo”, traicionó a todos los que como él seguían creyendo que el chavismo tenía algún valor histórico y, peor aún, se traicionó a sí mismo.
Silva permitió la muerte del chavismo.
El escombro que somos
Con toda la podredumbre que afloró esta semana, me doy cuenta que me planté frente a un espejo defectuoso. Nosotros los venezolanos no somos esa mierda creadas por los hijos de la gran puta chavistas (palabras de Mario Silva). Ni somos narcos ni somos comunistas. Somos venezolanos a secas. Nuestra primera misión es dejar de vernos al espejo y preferiblemente reconocernos en el prójimo.
La difícil tarea es recoger los escombros que somos, sin rasgarnos y sangrar más, y recuperar la confianza en nosotros mismos como pueblo.
Los chavistas nos traicionaron y los maduristas nos han entregado a otros países: ambos sangran su vergüenza frene a la historia, sólo nos queda a los venezolanistas recuperar a Venezuela.
¿Lo lograremos? Creo que sí, pero debemos apurarnos antes de que ocurra el desangre último. El alma de Venezuela se recompone, ya no estamos tan rotos.
Hay un camino, andemos…
@tovarr