Lo que ha ocurrido en Globovisión tiene muchas aristas, pero sobre todo resalta vistosamente la del uso de dineros de dudosa procedencia que, como parece claro, están siendo lavados en un negocio con el cual se procura contribuir a la asfixia de la causa democrática, para intentar darle a “la sucesión” la estabilidad que su gestión difícilmente le proporcionará. Lo que hemos visto en el canal de La Florida -donde un inefable grupo de “empresarios” boliburgueses desembolsillaron una cifra de dudosa procedencia-, puede ser apenas el inicio de un relato todavía más brumosa.
El “correo de las brujas” habla de nuevas transacciones, igual de oscuras, para la ocupación de otros importantes medios de comunicación, nacionales y regionales, cuyas compras también estarían en ciernes, y concebidas como “operaciones estratégicas”, dirigidas a pavimentar los pilares de un Estado sometido por los barones de la delincuencia de cuello rojo, a invisibilizar el creciente malestar de la sociedad venezolana, a sepultar el trabajo de la oposición y a doblegar al periodismo libre y democrático.
Si ninguna institución se dio por aludida para investigar los recursos empleados en la compra de Globovisión, seguramente nada reprimiría que otros negocios similares sigan prosperando, avalados por el mismo propósito del que una vez habló Izarra. Que los dineros públicos encauzados hacia las cuentas de la corrupción y el latrocinio terminen comprando televisoras, radios y periódicos en todo el territorio nacional, sólo describe el fétido pozo en el que está hundido el país.
La verdad es que la tan mentada hegemonía comunicacional estaría encubriendo hoy la esencia de lo que en realidad buscan estas aves de rapiña: la hegemonía de la cleptocracia y la consolidación de una boliburguesía que busca “blanquearse” en esta Venezuela a la que asumen como su botín particular. Se trata del empoderamiento de las mafias y de la solidificación de un Estado dominado por ellas.
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