Luego de su triunfo en mayo del 2009, el Presidente electo Ricardo Martinelli, me ofreció ser el Embajador de Panamá ante la ONU, pero con una condición: que no le fuese a declarar la guerra a ningún país. Le indiqué que prefería la OEA, ya que allí podría podría desarrollar mejor labor. Nunca nadie se imaginó que sus premonitorias palabras por poco se convierten en realidad cuando, bajo las amenazas del gobierno de Venezuela de romper relaciones, tuvo que destituirme de mi cargo el 17 de enero de 2013, lo que Caracas celebró con mucha efusividad el entonces presidente encargado, Nicolás Maduro.
Durante los tres años y medio que estuve en la OEA, fui un crítico de la doble moral de algunos que, como Venezuela, criticaban la supuesta dictadura mediática de los medios norteamericanos como CNN, pero callaban ante las interminables cadenas nacionales de radio y televisión que su Presidente Chávez imponía con mucha regularidad por 8, 9 y hasta 10 horas en su famoso Aló Presidente! Me convertí en la OEA en una especie de vocero de los sin voz en ese país por una relación especial desarrollada desde joven, que consolidó mi formación política en los cursos que tomé en el Instituto de Formación Demócrata Cristiana (IFEDEC) de Caracas, financiado por la alemana Fundación Konrad Adenauer. Igualmente, me relacioné con los presidentes venezolanos que nos ayudaron en la lucha contra la dictadura: Caldera, Herrera Campins, Carlos Andrés y Lusinschi.
Cuando Chávez se traslada a Cuba para su última operación el 8 de diciembre 2012, en coro en el Consejo Permanente de la OEA, con algunas excepciones, los países miembros desearon pronta recuperación y mejoría al enfermo mandatario. Dije que si bien esperaba que se mejorara Chávez, no era democrático que los venezolanos desconociesen los males que le aquejaban, hecho atentatorio contra la libertad de información, lo cual no había pasado durante la enfermedad de los presidentes de Brasil, Paraguay y Colombia.
Sabido es que Chávez no apareció más, acercándose su toma de posesión el 10 de enero 2013. El 8 de enero, estando en Panamá, señalé a La Estrella de Panamá que de no aparecer Chávez a su toma de posesión, se estaría violando la Constitución de Venezuela, ya que se debía decretar una falta absoluta, asumiendo el poder el Presidente de la Asamblea Legislativa, Diosdado Cabello, y convocando elecciones en treinta días, a tenor de lo dispuesto constitucionalmente. Regresé a Washington la madrugada del 11 de enero, y recibí llamada del Vicecanciller panameño para preguntarme que había dicho en ese medio, ya que Venezuela había llamado a protestar; como muchas de las cosas que decía y escribía, nadie en Cancillería siquiera se daba por enterado. A su pregunta de qué haría para el Consejo Permanente del 16 de enero, dije que procuraría encontrar puntos comunes con Costa Rica, Canadá, Estados Unidos y Paraguay, convencido que todos me apoyarían. Allí quedó todo y ese fin de semana preparé el discurso que daría el día 16. El lunes 14 por la tarde se lo envíe a los colegas mencionados, y también a mi amigo Joel Hernández, Representante Permanente de México, que aunque sabía que no hablaría, era mi amigo personal.
El día 16 la sesión debía comenzar a las 10 de la mañana. Poco después recibí llamada de funcionario de mi Cancillería anunciándome que por instrucciones del Canciller no podía hablar ese día y que seguiría dándome instrucciones. Sin argumentar le dije: Que me llame el Presidente, y cerré. Al poco rato llama el Canciller Roux –primo hermano de mi esposa- para indicarme que en la tarde del día anterior el Embajador de Estados en Panamá, Jonathan Farrar, lo había visitado preocupado por lo que yo diría en el Consejo Permanente. Que ellos pedían prudencia, quizás hasta a sabiendas que Chávez para ese día ya había muerto. Le indiqué que hablaría de todas formas porque consideraba que el tema de lo que ocurría en Venezuela debía hacerse público; me dijo que me llamaría el Presidente. Inmediatamente me comuniqué con él: “Ricardo: ¿tú has dado órdenes de que yo no hablé hoy”. Su respuesta: “Ni los gringos quieren que tu hables”. Ante eso respondí que hablaría porque era un hombre de principios y que me atenía a las consecuencias de mi actuación. Y así hice.
Esa misma tarde, mi gobierno desautorizó lo que yo había dicho y pidió disculpas a los venezolanos. La nota de desautorización jamás la recibí, pero mis colegas sí: se las envío la Misión de Venezuela en la OEA. Al día siguiente me destituyeron, luego de que le mandara carta al Presidente indicándole que “así como me nombraste, estás en libertad de cesarme”.
Si hay algo que me ha dado satisfacción en mi extensa vida pública de medio siglo ha sido lo que terminé diciendo en la OEA. He seguido con el tema, volviéndome un referente sobre lo que ocurre allá, volviéndome un experto con las redes sociales.
La pregunta que aún no recibe respuesta en todo esto, es porque los Estados Unidos no quería revolver la olla de lo que pasaba en Venezuela, aún a sabiendas, repito, que si no muerto, ya Chávez para ese día tenía muerte cerebral.
Guillermo Cochez es exembajador de Panamá en la OEA.
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/05/29/actualidad/1369846758_022960.html