Todo lo edificado políticamente durante lo que va de siglo XXI descansa sobre un lodazal que esconde las peores prácticas que puede sufrir un sistema que se enarboló, a lo externo, con la bandera de defensor de los valores y principios asociados a la transparencia y mejor uso de los recursos para el desarrollo del país.
Nada más alejado de la realidad. Los venezolanos hemos sido testigos del horror que ha significado poner a una parte de la población contra la otra con base a unos principios morales que son permanentemente vulnerados e irrespetados. Se habla de inclusión mientras que impúdicamente se práctica un esquema sistemático de exclusión mediante el cual se le conculcan derechos a todos aquellos que no estén dispuestos a someterse al régimen.
Mientras que se habla de soberanía, tenemos que soportar la humillación de sabernos supervisados por funcionarios cubanos que se entrometen en nuestros asuntos para mantener la dominación que lograron imponer sobre la clase política gobernante. Vemos también como debemos vivir sitiados por el hampa que nos encuentra indefensos ante sus embates. Se dice que el país es una potencia mientras no tiene la capacidad de producir los alimentos que demanda la población y la industria sucumbe ante la ausencia de materias primas e insumos que vienen del exterior.
La fama de país energético se ve manchada por el peor manejo que conoce nuestra historia en todo lo que tiene que ver con la producción y transmisión de electricidad. De exportadores, hemos pasado a importadores del vital fluido indispensable para garantizar la calidad de vida de las familias venezolanas y para proporcionar un adecuado ambiente a la producción de nuestro parque industrial. La experiencia nos demuestra que la conjunción de la falta de planificación, inadecuado mantenimiento y corrupción nos ha transportado 50 años atrás en esta materia central para nuestro desarrollo.
Lo que sin duda requiere mención especial es el desparpajo con el que los burócratas y políticos de turno engañan al pueblo. Todo el discurso oficial se empeña en culpar a otros de su propia incapacidad para resolver los problemas que nos aquejan. La mentira se ha hecho consustancial a la práctica gubernamental. La no aceptación de responsabilidades le enrostra al venezolano la indefensión en la que se encuentra.
El diseño del Estado previsto en la Constitución ha fracasado en su implantación. Así nos encontramos, por ejemplo, a una defensoría del pueblo que no se ha manifestado en ningún momento en contra de la mala calidad del servicio eléctrico que día tras día deja inservible cientos de equipos, sin que nadie responda por los mismos. Hace caso omiso esta institución de lo que son los principios fundamentales que le dan sentido. Cuando se le ve actuar es para ponerse del lado del ejecutivo o de otras instituciones del Estado.
Los políticos del oficialismo tienen como objetivo único obedecer todas las directrices que emanan de la cúpula partidista que da más importancia al proyecto político que a la solución de problemas que afectan desde hace ya demasiado tiempo a los venezolanos. No se deben al pueblo. Se deben a sus jefes y a sus deseos. Llegaron al poder para usufructuar los recursos del país en provecho propio.
Tiempo después de la llegada de Chávez al poder, los problemas que el denunció en sus encendidos discursos no han hecho más que crecer y robustecerse. Hoy más que nunca las decisiones se toman en cúpulas cerradas y alejadas de la población. La corrupción se ha entronizado como práctica común para casi cualquier trámite que involucre a funcionarios públicos. Los servicios que presta el estado son cada vez de mayor calidad.
La crisis de una clase política corrompida que vive para sí misma en detrimento del pueblo, es lo que explica esta situación de incertidumbre y frustración que acogota al venezolano y que presagia un futuro incierto para la estabilidad del país.