Juan Carlos Figueroa /El Tiempo
Una urna blanca rompe el orden natural. Ana (nombre ficticio) estaba jugando con su vecina en el patio de su casa. Nada tenía que ver con el pleito que tenían aquellos dos hombres del barrio. Ninguna de esas balas que se soltaron la mañana del pasado 22 de enero, en el sector Las Charas de Puerto La Cruz, era para ella. Pero una le atravesó la cabeza. Tenía 8 años.
Una urna blanca pesa más que las otras. Carlos (nombre ficticio) estaba sentado muy cerca de la puerta, en El Chispero de Barcelona. A las 6:20 am comenzaron a sonar las detonaciones. Una tía le gritó que se tirara al piso, que se resguardara. Pero el proyectil fue más rápido que él. Murió el 19 de febrero pasado, también a los 8 años de edad.
Las urnas no deberían ser blancas. Los padres no deberían enterrar a sus hijos. Pero en Venezuela, en la década pasada, fueron cada vez más. Entre 1997 y 2009 la tasa de muertes violentas de menores de edad en el país se duplicó: de 8,1 pasó a 17,5 por cada 100 mil niños, niñas y adolescentes (ver infografía). Quiere decir que, en 12 años, el registro de este tipo de víctimas pasó de 769 muertes a 1 mil 764 fallecidos al año (un incremento de 130%).
La cifra se desprende del estudio “Evolución de las muertes violentas en niños, niñas y adolescentes” publicado la semana pasada por Cecodap, organización venezolana que promueve la defensa de los derechos humanos de la niñez y la adolescencia. La investigación toma como referencia los anuarios de mortalidad del Ministerio de Salud, que dejaron de ser publicados en 2010.
Este índice sólo toma en cuenta dos categorías: “homicidios” y otra denominada “eventos de intención no determinada” (envenenamientos, ahorcamientos, entre otros).
La mayoría de los casos están relacionados con armas de fuego. Desde 2001, de acuerdo con el estudio, al menos 75% de las muertes de menores estuvieron vinculadas con armas. Como Ana y Carlos, la mayoría murió a tiros.
Los más vulnerables
El perfil de la víctima común es de 15 a 17 años. Aunque la tasa de muertes violentas aumentó en todos los grupos de edad, el incremento más notable se registró en estos adolescentes (ver gráficos). En los 12 años del estudio de Cecodap, este rango casi se triplicó y para 2009 la tasa de muertes llegó a 79 por cada 100 mil niños, niñas y adolescentes (cuatro veces más que la tasa promedio).
Además de ser adolescente, es varón. Y, por lo general, vive en las ciudades capitales, en las localidades eminentemente urbanas de la zona norte costera del país.
En el tiempo de estudio, el grueso de las víctimas vivía, en Vargas, Distrito Capital, Miranda y Carabobo.
La muerte se produce en tres lugares en su mayoría: en la calle, en el hospital o en la casa. La investigación muestra que los fallecidos en el hogar (el tercer caso más repetido) fueron a causa de alguna bala perdida o maltrato familiar.
La mayoría de los decesos se han registrado en enero, mayo, agosto y diciembre. Tres de estos meses, apunta Cecodap, coinciden con vacaciones escolares.
En busca de respuestas
Lo primero que aclara José Luis Fernández, uno de los investigadores de Cecodap, es que existe un gran vacío de información por parte de la instituciones del Estado. Por ejemplo, resalta como una gran irregularidad que el Ministerio de Salud no haya publicado el anuario de mortalidad desde hace tres años. Y sobre lo que sí se ha publicado, Fernández critica la falta de detalles determinantes para entender la dinámica de la violencia en el país.
Con lo que sí se sabe, dice Fernández, se puede descartar el mito de que este tipo de muertes está vinculado siempre con la dinámica del robo. “La mayoría de estas víctimas son de sectores populares. Son niños de familias que no tienen mucho, a los que no se les puede quitar mucho. Esta violencia está más bien relacionada con la resolución de conflictos”.
Esta conclusión refuerza lo arrojado el año pasado en la “Consulta Nacional por una Convivencia sin Armas”, organizada por la Comisión Presidencial para el Desarme.
Los pleitos se resuelven a tiros y cobran la mayoría de los muertos. Algunas veces los menores son sólo víctimas y muchas otras también victimarios. El número preciso, en ambos casos, no se tiene por la falta de información oficial, aclara Fernández.
Los contextos de estos crímenes son variados. Por ejemplo, los dos municipios con las tasas de muertes más altas en Anzoátegui son Barcelona y Anaco, una la capital y la otra una ciudad todavía con un importante espacio rural. “Esto demuestra que las lógicas y los factores pueden ser muy diferentes. Aunque la situación es más complicada en los centros urbanos, en algunos pueblos se repite la crisis. Las instituciones deben revisar a fondo por qué”, sugiere Fernández.
Esto obliga a buscar medidas específicas. “Hay que analizar cada región y convenir soluciones locales. Lo que puede funcionar en algunos municipios, puede no funcionar en otros. lo que puede funcionar para combatir la violencia en general, no necesariamente funcionará con la situación de estos niños”.
Pero aunque desestima el impacto de las soluciones generales, Fernández reconoce que en todo esto sí hay un gran culpable: “El factor común son las armas de fuego”.
La Comisión Presidencial para el Desarme informó a finales del año pasado que cerca de 600 mil armas cortas (revólveres y pistolas) ingresaron de forma legal al país entre 1980 y 2011. La comisión estimó, entonces, que habría un máximo de 1,2 millones de armas en el país, al asumir que entraron por contrabando a la nación la misma cantidad de armas importadas en los últimos 31 años. “Si no estuvieran estas armas rodando por ahí, la historia sería diferente”, resalta Fernández. Si no fueran tantas, no habría tantas muertes prematuras que lamentar, tantas urnas blancas que sepultar.
Violencia mortal
En 1997 la tasa de homicidios generales registrados en el país fue de 19 por cada 100 mil habitantes. Para 2009 el índice llegó a 54 por cada 100 mil, de acuerdo con el Observatorio Venezolano de Violencia. La tasa de muertes en general en este tiempo casi se triplicó, mientras que en el mismo período en el caso de niños, niñas y adolescentes se duplicó.