Según van Dijk, 1994. El discurso político y poder son vinculantes, el primero es una formulación – a veces implícita – de ideales colectivos expresados como tales. A su vez, el poder podría ser brevemente definido como “la relación social entre grupos e instituciones, e incluye el control que ejerce un grupo o institución más poderoso (y el que ejercen sus miembros) sobre las acciones y pensamientos de un grupo (y de sus miembros) menos poderoso. Este poder es reconocer un acceso privilegiado a los recursos socialmente valorados como la influencia social, la salud, los ingresos económicos, el conocimiento o el estatus.
El problema del personalismo en el discurso político es que encuentran su significación e interpretación en el desarrollo dentro de una dinámica social y política particular. Por ejemplo en América Latina, y concretamente el caso Venezolano, el uso de un discurso extenso e intenso muchas veces cargados de falacias es utilizado a diario por nuestros líderes políticos y funcionarios del gobierno central, regional y locales con la intencionalidad de convencer a los electores y al pueblo en general. Es evidente, que nuestros debates cotidianos y electorales están cargados de ataques a las personas y no se mueven al alrededor de la argumentación sobre las ideas de un bien común y propuestas de gobierno. En nuestro caso particular, el oficialismo se ha atrevido a decir tal vez por la falta de consistencia en su discurso cuando pretende endosar a ideologías y escuelas de pensamiento argumentaciones que no se corresponden con las fuentes originales. En la retórica política que asume el régimen se permite hasta el punto de asegurar algo tan absurdo e incompatible con la razón: Jesucristo y Simón Bolívar eran socialistas.
Por ejemplo, el discurso rudo que utilizaba extinto presidente Chávez, le facilito sin duda alguna la consolidación de su poder político y esto pareciera ser la consecuencia lógica de su evolución personal y potenciación en su liderazgo nacional y hasta Latinoamericano. Indiscutiblemente, el máximo líder de la revolución, se benefició estratégicamente de sus expresiones El permanente desafío y las constantes amenazas fueron parte del ejercicio verbal del líder revolucionario. Unas de sus tantas frases famosas pero complejas que lo identifico por siempre fue: “Esta es una revolución pacífica pero armada”. No obstantes, hay hechos precisos en el oficialismo que nos llevan a inferir que el discurso violento es un instrumento táctico que utiliza el Estado para su perpetuación en el poder político.
El primer mandatario Nicolás Maduro trata de modelar el discurso del exmandatario nacional, casi sin efectividad, inclusive se devela en sus intentos fallidos por construir monolíticamente al Gran Polo Patriótico con miras al 8/D, me permito hacer un poco de fenomenología en el análisis político, Maduro no es Chávez, allí su confusión. Mientras emerge y se consolida lentamente el discurso opositor que está fundamentado en la de paz y reconciliación y no a la confrontación entre los venezolanos. Definitivamente, debemos enterrar los discursos incendiarios porque activan la lucha de pueblo contra pueblo, es decir algo así como precipitar nuevamente la Guerra Federal, historia que debe ser sepultada por todos los líderes políticos venezolanos.
Marcos Hernández López,
Director de la Encuestadora Hernández Hercon
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