Pareciera un lugar común hablar sobre la cordialidad del venezolano, su alegría desbordada, su zalamería y su ya trillada manera para hacerse de amigos en un dos por tres.
Pero poco se dice sobre ese otro rostro donde anidan las bajas pasiones, las emociones que desde un tiempo para acá salen y se materializan en escalofriantes realidades y se traducen en cifras rojas, donde heridos, mutilados y muertos se cuentan por decenas, por cientos y miles.
Quedamos también los sobrevivientes. Nosotros los mutilados, los ciegos, los sordos y mudos de tanta pasión desbordada. De tanta maldad que desnuda la piel y la expone a la intemperie, donde solo hay llanto de quienes viven la experiencia del familiar asesinado, del amigo que sobrevivió al asalto, al robo, pero quedó mutilado, minusválido para transitar en una sociedad de lobos, de “sálvese quien pueda”. Y también el llanto contenido de tanta impotencia, de ver cómo se van aquellos niños inocentes, jóvenes promesas y ancianos desvalidos, todos indefensos frente a la barbarie de una sociedad sangrienta, dura, irreverente y mal acostumbrada a la violencia y la maldad: material y espiritual, física y verbal.
Esa violencia y maldad ocultas por años. Solo subrayo la primera responsabilidad que recae, una vez más, en el régimen que por estos años administra el Estado: su incapacidad e ineptitud para controlar la violencia a través del sistema judicial y educativo. Y por la otra, la familia venezolana: mal estructurada y en la actualidad, absolutamente banalizada y escandalosamente viviendo en una doble moral, que todo busca justificarlo por una modernidad mal entendida, permisiva y mediatizada.
Hace algún tiempo publiqué un escrito sobre estos asuntos (http://papelesagua.blogspot.com/search?q=la+maldad+del+venezolano) Por mis afirmaciones recibí múltiples críticas, al igual que al hablar sobre las cárceles en Venezuela (http://www.prensaescrita.com/adiario.php?codigo=AME&pagina=http://www.eluniversal.com ) Pareciera que existe una sustancial parte de la sociedad que se niega a creer que estas escalofriantes, dantescas historias se vivan en la Venezuela actual.
Apenas mencionaré lo ocurrido años atrás, como la masacre del barrio Kennedy, en 2005, la de los hermanos Fadhoul, o el dantesco caso del “niño de Guanare”, o la masacre de la hija del cónsul de Chile, en 2012. O apenas unos días atrás, la masacre de Las Calderas, donde más de 10 guardias nacionales masacraron a una indefensa familia, con cerca de 60 disparos, matando a la madre, su hija, mientras dos niñas quedaban en precarias condiciones físicas y psicológicas. O en San Félix, donde una joven debió presenciar cómo unos desalmados le arrancaban la cabeza a su hermano, de apenas 17 años. O la masacre de Mauroa, donde unos matones degollaron a dos niños y los enterraron en unas bolsas plásticas. O en Guacarapa, donde un menor de edad asesinó a dos niños y dejó herida a otra menor. O en Guarenas, donde otro menor recibió 14 disparos.
Parte de este mal, este síndrome espiritual y psicológico tiene sus aristas, sus detalles. Sugiero lean en cualquier medio cibernético cómo se expresa la gran mayoría de quienes opinan, sobre cualquier tema, y se sorprenderán, además del descuido ortográfico (?) de la estructuración en su manifestación argumentativa. Se darán cuenta que existe una incapacidad para expresar ideas, para hilvanar un discurso escrito, por lo cual consideramos a esta, una sociedad lastimosamente descuidada en su desenvolvimiento psicolingüístico.
Ahí mora (que vive, principia, vale) parte de esta violencia donde todos, absolutamente todos hemos encallado. Unos más otros menos, pero todos salpicados de esta maldad que es la violencia y sus múltiples manifestaciones.
La maldad del venezolano hace ya varios años se desató y será muy difícil desterrar ese fantasma tenebroso de las calles. Ese mal anida en cada uno de nosotros, bien porque vivimos de él o bien por vivir en él, y nos acecha a cada momento. Unos duermen con ese monstruo, como el caso de Sinamaica, donde un joven mató a su cuñada a tubazos porque no le caía bien y se vengó porque lo botó de su casa.
Muchas mujeres duermen con el enemigo, su propia pareja, bien porque las golpean, les violan a sus hijas, o porque llegan borrachos y les viene en gana violarlas porque simplemente es su mujer. O ella ejerce su violencia en los gritos, insultos y maldiciones.
Y es también la educación, cuando el docente le exige una calculadora al bachiller si quiere pasar la materia. O la joven que calla mientras el profesor la extorsiona y disimuladamente le ofrece la tristemente “operación colchón” para que apruebe el año.
La maldad y la violencia ocurren cuando la sociedad se hace permisiva e insensible, y el gobierno deviene régimen autoritario, inepto, corrupto y corruptor.
@camilodeasis