Las palabras del papa Francisco sobre la homosexualidad y la presencia de la mujer en la Iglesia siguen las líneas marcadas por el Catecismo de la Iglesia Católica en el caso de los gais y reiteran lo aprobado por Juan Pablo II, que cerró las puertas al sacerdocio femenino.
Juan Lara/ EFE
Francisco dijo durante el vuelo de regreso de Río de Janeiro a Roma a los periodistas que le acompañaban que “si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad ¿quien soy yo para juzgarla”?, palabras que han levantado una gran expectación y que han sido interpretadas por algunos como un “cambio de época” en la Iglesia.
Sin embargo, el papa Bergoglio con la frase que siguió a la anterior: “el Catecismo de la Iglesia Católica explica y dice que no se debe marginar a esas personas y que deben ser integradas en la sociedad”, mostró que no hay nada nuevo en sus palabras, salvo tal vez la forma y el tono, sencillo, llano, de decir lo mismo.
El catecismo dice en el apartado 2357 que un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas y que “esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba”.
“Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición”, señala el Catecismo.
El papa Bergoglio siguió esa línea a la hora de expresarse sobre los gais y no manifestó ningún comentario que fuese contrario o supusiese un cambio radical a lo que dice el Catecismo.
Este, apoyándose en la Sagrada Escritura, considera las relaciones homosexuales “depravaciones graves”, “actos intrínsecamente desordenados, contrarios a la ley natural y que no pueden recibir aprobación en ningún caso”.
Sobre las mujeres, Francisco abogó por un mayor papel para ellas en la Iglesia, pero rechazó que puedan acceder al sacerdocio al señalar que sobre ese tema “la Iglesia ha hablado y ha dicho no”.
“Lo dijo Juan Pablo II con una formulación definitiva. Esa puerta esta cerrada”, afirmó. Más claro no pudo ser.
No obstante, al igual que el papa Wojtyla, que publicó la carta Apostólica sobre la dignidad de las mujeres “Mulieris Dignitatem, y Benedicto XVI que exigió que se les reconozcan los mismos derechos que al hombre, Francisco está de acuerdo en que debe aumentar el papel de la mujer en la Iglesia, pero no hasta el sacerdocio.
“Su papel no es sólo la maternidad, ser madre de familia. Es más fuerte, es el icono de la Virgen, la que ayuda a crecer a la Iglesia”, dijo Francisco, que insistió en que una mujer tiene que ser en la Iglesia “algo más que ser monaguillo o presidenta de Cáritas”.
La Virgen María -subrayó- “era más importante que los obispos y curas”.
“Esto es lo que debemos explicar mejor”, subrayó Francisco, que reconoció que “no hemos hecho una profunda teología de las mujeres en la Iglesia”.
En las palabras del papa se ve el deseo de intentar explicar que las mujeres, como la Virgen, están por encima de los obispos y que no necesitan estar ordenadas sacerdotes. Habrá que esperar a ver cómo se formula esta postura.
Aunque no hay novedad en las palabras del pontífice, sus manifestaciones fueron acogidas con júbilo y aplausos por grupos homosexuales, que aseguran que “por primera vez” un papa no les ofende y filósofos católicos, como el italiano Giovanni Reale, que ha editado libros de Juan Pablo II, y ha asegurado que se trata de un “cambio de época” en la Iglesia.
Para el presidente de la región italiana de Puglia, Niki Vendola, homosexual declarado, el papa, “de una tacada” ha hecho una operación “asombrosa, separando el tema de la homosexualidad de la pederastia”, mientras que el líder de los Verdes, Angelo Bonelli, habla de palabras “revolucionarias e históricas”.
Una fuente vaticana comentó a Efe que Francisco “repite con una sonrisa”, lo que Benedicto XVI decía con semblante más serio, y ambos siguiendo las instrucciones ya dadas durante el pontificado de Juan Pablo II. EFE