En cualquier país que se precie de sus instituciones, registrar un título académico o solicitar una partida de nacimiento sencilla o certificada, debería ser un asunto normal y hasta trivial.
Pero en la Venezuela de la marginalidad no es así. Para registrar un título académico debes madrugar. Levantarte a las 4 para llegar antes de las 5.
A esa hora te encuentras sorprendido porque ya tienes mínimo 8 personas que llegaron antes. Quienes se atrevieron a pernoctar arriesgando la vida.
Otros cuentan que a su amigo, al sobrino, al vecino le robaron su título y después, sorprendido, recibió una llamada donde le pedían rescate por “el cuero e’ chivo”.
Pero el joven que está delante de mi esposa fue precavido. Salió a las 4am. En la Intercomunal, muy asustado, esperó un taxi para hacer la cola mientras su mamá, más tardecita, venía a traerle su título.
Nosotros usamos otra estrategia. Liliana se fue a hacer la cola mientras yo permanecía dentro del vehículo cuidando su título de doctora, colocado debajo del asiento.
Quienes se encargan de registrar documentos advierten a los incautos graduados que resguarden su documento.
Frente al Registro principal siempre hay una fauna de individuos particulares. Son los gestores que subrepticiamente se cuelan entre los lagañosos mañaneros, pregoneros, vendedores de guayoyo y marrón, y empanaderos. Toda esa gente proveen de información, estampillas y fotocopias a los desinformados.
Estos personajes, como William, que tiene su gestoría ambulante frente al Registro principal en el edificio Nacional, de Barquisimeto, suelen destacar por su labia. Pero este señor, a quien llaman licenciado, es además un ser de medio metro, patuleco, pecho ‘e paloma y quien toma nota en papelitos que guarda en un corroído maletín negro. La mujer que le sirve de asistente menciona que la “cosa” está dura. -Es que el Registrador les prohibió a los empleados hasta que nos saludaran. -!Pues eso no puede ser! Claro! que no, sentencia William. -La convención de la ONU y los tratados internacionales suscritos por el Estado venezolano, le dan derecho a uno a hablar con quien quiera.
La mujer queda en silencio y balbucea. -Al menos en Juan de Villegas y aquí mismo, en Concepción, lo tratan a uno mejor.
-Pues tenemos que movernos para que quiten a este hombre que no deja a los trabajadores hablar con nosotros. Masculla el gestor, mientras se arregla su bigotico que casi es un chaplin guaro.
En la esquina de la plaza un acérrimo defensor del gobierno vocifera con su megáfono loas al comandante supremo. Mientras una voz anónima contesta: “-Chávez vive, la ruina sigue”, y todos nos reímos burlonamente.
El gestor patuleco asienta: -Te das cuenta, Pablo. Llevo mi propia encuesta desde hace meses. De diez personas a las que les pregunto por quién votarán pa’la Alcaldía de Irribarren, nueve dicen que por Ramos. Mientras que la mujer que hace de asistente, con su acento bien guaro, riposta: -Es que si aquí ponen preso a Falcón la gente se va a alzar.
A todas estas ya clarea y comienzan a llegar los que atienden: un flaco con pinta de pitcher desaliñado abre la puerta y el gentío se coloca en una larga y casi infinita fila. Pero los madrugadores titulados siguen escribiendo su nombre en un arrugado papel que después nadie toma en cuenta. Llegan oficinistas y secretarias, custodios, alguaciles y escribientes. Ellos como el resto de quienes llevan en su pecho la identificación oficial, pasan a un lado de los gestores y apenas guiñan un ojo con picardía.
A las ocho y media, puntual, el portero oficial (-el anterior apenas era el abridor y acomodador de las mesas y los pines de seguridad) da las indicaciones: -No se permite entrar con comida ni bebidas. Pasan primero los abogados.
William y su ayudante se cuelan entre los primeros de la fila. Pasan y nadie dice nada.
Le toca ir a retirar unos documentos que sus “enlaces” dentro del registro, le tienen.
Pasada la hora oficial de entrada, siguen llegando titulados y la mayor cantidad de retrasados oficinistas. Arriba, en el piso 3, deben hacer más colas, más esperas. Mientras los ayudantes de William se despliegan buscando clientes y vendiendo estampillas, como también lo hace el empanadero.
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