Pensé de inmediato: algo terrible debe tener ese himno. En otras ciudades, las autoridades convocan a concursos y referendos para ver de qué manera se enfrentan asuntos como la violencia, los servicios públicos, el caos vial, la contaminación… Pero en Caracas, el himno es un problema. Yo no soy experto, de hecho ni si quiera me gustan los himnos. Escucho el “Gloria al Bravo Pueblo” y me da una hermosa sensación de pertenencia, una emoción de plural. Pero hasta ahí. No recuerdo ningún himno más. Quizás las primeras estrofas del himno al Árbol, si acaso. Y eso es un homenaje a la memoria de mi infancia. Es como recordar los estómagos de la vaca. Pero en una noche de viernes, con amigos y en plan de nostalgia melódica, no me da de pronto por recordar el himno del Cuerpo de Bomberos, o el himno de la Asociación de Apicultores, o el sabroso himno del Sindicato de Enfermeras del estado Trujillo. No. Tal vez eso explica por qué, entonces, tuve que sentarme frente a la computadora a buscar el himno de la ciudad de Caracas.
Creo que no lo había escuchado nunca. Y tengo que reconocer que no me entusiasmó. Pero ya dije que los himnos no son mi fuerte. Lo que seguía sin entender, sin embargo, eran las razones del alcalde. Su primera crítica fue de orden musical. Se refirió al himno como un “pasodoble barato”. No es demasiado contundente. Es casi una puntada de oído personal. Sobre todo en un país que, por suerte, es producto de mestizajes, de la experiencia de la diversidad. Si nos ponemos en ese plan, alguien puede terminar pidiendo que cambien el “Alma Llanera” porque parece un merengue o que se modifique la hallaca porque es algo similar al tamal oaxaqueño.
Hay que tener cuidado con los puristas. Suelen ser grandes perseguidores. El segundo argumento del alcalde sigue esa misma línea. Descalifica al himno porque el compositor de la letra trabajó para Carlos Andrés Pérez. Ese camino todavía es peor. De entrada, habría que averiguar dónde estaban y qué hicieron, durante el caracazo, la mayoría de los militares que hoy aparecen ante el país como revolucionarios invictos. Pero no es necesario especular tanto. Los ejemplos concretos sobran. Desde María Cristina Iglesias hasta Francisco Arias Cárdenas, incluyendo a algún funcionario chavista que, además, está acusado de haber participado en la masacre de El Amparo. Por no hablar del mismísimo Fidel. Basta recordar que, en 1992, Castro llamó a CAP para solidarizarse con él y condenar la intentona golpista. Nadie está libre de pasado.
Pero lo más interesante de todo, sin duda, es lo que propone Jorge Rodríguez. No solo convoca a un concurso para que Caracas tenga un nuevo himno sino que, además, da las pistas, señala qué es lo que hay que hacer para ganárselo. Dice el alcalde que debe ser “un himno donde esté la libertad, donde se sienta la nueva vida que vivimos y donde se respire al hombre que ha moldeado la Caracas del futuro, a Hugo Chávez”. Rolo ‘e vivo. No sabe nadita. En el fondo, invita a componer una jingle publicitario. Es un concurso para privatizar un símbolo patrio.
Puestos en eso, se me han ocurrido algunas ideas que, humildemente, dejo a la disposición de cualquier concursante. Son ideas simples pero los himnos no suelen ofrecer muchas complejidades. Por ejemplo: que se hable de Caracas como una pequeña Barinas. Que se haga una referencia al 4 de febrero como la fecha de la refundación de la ciudad. Que haya un juego rítmico que casi nos suene a Characas – Characas – Characas, algo muy sutil, delicado, que cree una rima soterrada con el apellido de nuestro líder supremo. Que el himno se refiera al Waraira Repano como nuestro llano vertical. Que se hable de la ciudad como la sucursal de Sabaneta… Creo que respirando en este ánimo, puede salir una pieza distinta, original, libertaria; el himno que la patria merece.
Eso sí: el maestro Abreu debe presidir el jurado. Nadie como él conoce y maneja los signos de los tiempos.