Venezuela no ha sido la excepción. Sólo considerando estos últimos años hemos pasado por distintos intentos de cambio, todos ellos más próximos a iniciativas parciales y hasta puntuales, que a verdaderas reformas integrales que traten de darle un vuelco a los profundos problemas de salud que tenemos en el país.
Una de las perspectivas, quizás una de las menos consideradas, desde las cuales abordar el asunto de la salud es desde la del beneficiario, usuario o incluso el propio paciente. La pregunta lógica de cómo y porqué se enferma la gente, parece sustituirse por cómo trabajan o en qué condiciones se encuentran los servicios de salud. Obviamente, como ya es un consenso, la salud no se restringe a quienes padecen algún tipo de enfermedad o dolencia, sino a la totalidad de la población y sus condiciones de vida. De lo que se trata es de prevenir para que todos puedan disfrutar de una vida larga y saludable. Pero es innegable que lo que inunda las primeras páginas de los periódicos, lo que se convierte en noticia, cuando no en escándalo con mayor facilidad y, finalmente, lo que preocupa a la gente son los problemas derivados de la atención y la prestación de los servicios.
No se arma ningún escándalo cuando
consuetudinariamente no se cumplen con las metas de cobertura de inmunizaciones, nadie o muy pocos se preocupan por saber cuántos de nuestros jóvenes fuma o ingieren bebidas alcohólicas. Los temas relacionados con la obesidad o los pésimos hábitos nutricionales que tenemos no parecen trascender la mirada estética de sus consecuencias y, por supuesto, temas como el ejercicio o la salud mental están reservados para una élite que escasamente supera a 10% de la población.
La prestación del servicio de salud, por ser lo visible, lo que atañe a todos y de lo que todos entendemos, es lo que preocupa a los políticos y los gobiernos. La sensibilidad frente a los problemas de dotación de material médico quirúrgico, oferta de servicios médicos especializados, atención primaria y de emergencia, así como los costos de las medicinas, es mucho mayor que el resto de los asuntos que tienen que ver con la salud y que por tener que ver más con síntomas que con causas son lógicamente menos visibles y menos susceptibles de ser un tema para la agenda pública.
Otros asuntos, tan espinosos como ocultos, tienen que ver con la relación médico paciente o el complicado asunto de la praxis médica. Unos más, otros menos, todos hemos pasado por alguna experiencia donde lo elemental, como es considerar la individualidad del paciente o incluso su integralidad, pareciera ser desconocida por la excesiva especialización o, peor aún, por el autoritarismo de profesionales de la salud que consideran que sus pacientes y familiares poco o nada tienen que decir sobre la condición del enfermo.
Todo lo anterior no es más sino una parte de esta madeja de asuntos que envuelve a la salud que, como decíamos al comienzo, hacen del tema algo tan complejo que sólo salta a la vista cuando explota un problema relacionado con la atención médica o cuando alguien se quiere ganar unos puntos en la opinión pública, corriendo el riesgo de salir trasquilado si el asunto se aborda desde el conocimiento ingenuo o incompleto que normalmente tenemos sobre el tema.
Y precisamente ese parece ser el caso de un asunto que ha estado rondando la agenda pública del país en los últimos meses. La prestación de salud y sus costos por parte de las clínicas privadas han tratado de ser objeto de regulación, habiendo tenido que retroceder la más de las veces, por la inviabilidad de las regulaciones propuestas y, a lo que más le temen los políticos, por los inmensos costos que tendría para ellos que los servicios de salud privados, únicos que parecen ofrecer atención, se viesen obligados a cerrar sus puertas.
Sin entrar a discutir ni uno sólo de los detalles que componen este nuevo intento de regulación, con toda seguridad todo ese andamiaje de baremos y disposiciones terminaran sin aplicarse. Una vez más tendrán que echar marcha atrás por la simple razón de que ninguno de los problemas de la salud en Venezuela podrá resolverse desde una de sus puntas y, mucho menos, desde aquella que sólo cubre a menos de 30% de la población.
La simpleza de las disposiciones del Gobierno, su excesivo efectismo y lo limitado de una perspectiva basada en un supuesto análisis de costos, les ha impedido abordar el problema de la salud más allá de las variables que consideran cuando regulan la harina o la margarina. De ninguna manera van a poder resolver el síntoma de un problema de múltiples causas con el panfletico del capitalismo o la avaricia. Por este camino vamos a seguir teniendo unas políticas de salud reducidas o limitadas a lo que sería un anaquel de supermercado, solo que unas veces con mercuriocromo y otras con harina PAN.
Publicado originalmente en el Diario El Mundo (Caracas)