Confesión de risa
Con mis últimos artículos he herido algunas sensibilidades chavistas. Están consternados. No esperaban una radiografía tan incontrovertible de su inmoralidad.
Me río y lo celebro, debo confesarlo. Son tantos los daños y tan seguidos que su engaño socialista le ha causado a nuestro país, que desafiarlos, para ridiculizarlos, me consuela y colma de gusto: me reivindica.
No lo oculto, me deleita ponerles la pluma en la llaga, enterrarla hondo, hondísimo, y observar con calculado regocijo como no les queda otro remedio que silenciar su dolor, su humillación y su ira. No pueden responder, el sólo debatir los incrimina.
Esta entrega aspira calificar la despelotada y cínica locura que intentan llamar “revolución”; y claro, hundir un poco más mi pluma en su llaga.
Elena Frías de Chávez y sus nietos
Espejo radiante de la descomposición moral y el descaro nuevo rico del chavismo revolucionario lo representa la familia de Hugo Chávez.
Ellos son los burgueses predilectos del socialismo del siglo XXI, los insignes “revolucionarios” en su máximo esplendor.
Regordetes, vulgares, ostentosos y cursis, encarnan una burguesía afectada por la ridiculez y por la falta de desodorante. Huelen a azufre, de corrupción.
Observar las fotografías de la transformación de Elena Frías de Chávez, su perrito encaramado en la cartera Cartier (¿o Fendi?) o las evidencias del desvergonzado lujo de sus nietos, quienes nos muestran “por qué ser rico es malo” entre borracheras, drogas (¡no me hagan hablar!, lo advierto), relojes impagables, aviones, helicópteros, carros de lujo, mansiones, compras en Estados Unidos y viajes al exterior, por no hablar del corrupto uso de los recursos del estado en todo esto, nos permite llegar a una conclusión: la revolución chavista fue una delirante manera de hacerse rico y famoso, nada más.
La corrupción sin disfraz
Los chavistas están atrapados en su mentira y deshonor. Hablan de socialismo y honestidad, ante una inocultable demostración de nuevo riquismo y corrupción, sin fingimiento ni pena.
Jamás en la historia de Venezuela se robó tanto a la nación ni de manera tan abierta y descarada como lo hizo Chávez, su familia, sus allegados y sus socios. Jamás.
Lo trágico es que, como usurpadores, permanecen en el poder y sin ningún escrúpulo siguen mostrando toda la fastuosa podredumbre y corrupción de la “revolución”, ahora a cuenta doble, dado que insólita y delincuencialmente son dos las familias que se disputan el latrocinio nacional: los Chávez y los Maduro.
¿Revolución o revuelta?
Desde el punto de vista filosófico o político, en Venezuela no protagonizamos una revolución a la manera que sí lo hicieron los franceses, los rusos, incluso, los cubanos.
En Venezuela no cambió el sistema, simplemente se reforzaron los males políticos del pasado: la corrupción, el clientelismo, la demagogia, el despotismo y la arbitrariedad; además, se institucionalizó el despelote, la algarabía y la intriga.
Octavio Paz hace una certera diferenciación entre los términos revolución y revuelta en su ensayo Corriente alterna. Por la relevancia del análisis, me detengo y cito al escritor mexicano:
“La revuelta es intrigante, siembra confusión; la revolución procura un cambio violento de las instituciones. La revuelta no implica ninguna visión cosmogónica o histórica: es el presente caótico o tumultuoso, el alboroto; la revolución está ungida por la luz de la idea, es filosofía en acción, crítica convertida en acto, violencia lúcida.”
Pienso que Venezuela, con Chávez, sufrió una revuelta histórica y no una revolución, aunque reconozco que en lo único que sí ha sido revolucionario el chavismo, donde sí hubo un cambio violento con el pasado, una filosofía de acción, una violencia lúcida fue en su cinismo híper burgués, en su corruptela y, por supuesto, en su ostentosidad.
La revuelta es vuelta al pasado, anacronismo: eructo. Además, la revuelta revuelve las cosas, las enreda y confunde: es una algarabía de empujones y chismes. La revolución es fractura definitiva y nacimiento. Aniquila todo a su paso y crea algo nuevo.
En Venezuela, con Chávez, no ocurrió ninguna fractura definitiva con el sistema ni un aniquilamiento de las instituciones. Se mantuvo el eructo del pasado, se revolvió, se enredó, y, en medio de una algarabía de empujones y chismes, se pudrió el país hasta su colapso.
Lo único nuevo, lo verdaderamente revolucionario, fue la institucionalización total y descarada de la corrupción y la ostentosidad.
Lo peor del capitalismo se confundió con lo peor del comunismo y surgió el chavismo, esta vaina despelotada y chiflada que hoy nos caricaturiza y abochorna.
¿Revolución Cartier o Gucci?
Me pongo muy exquisito cuando intento determinar si en Venezuela padecimos una revuelta o una revolución. Sin duda, en términos políticos y filosóficos, el chavismo fue una revuelta, un despelote totalitario; nunca una revolución.
Pero el chavismo no tuvo nada de político ni de filosófico, fue un circo de lujos y corrupción. En ese sentido sí fue una revolución, algo que rompió con todo lo conocido en el pasado, uniendo, en su creación, lo peor del comunismo y del capitalismo.
¿Cómo denominar esta contradicción política, esta paradoja histórica?
¿La Revolución Gucci? ¿La Revolución Cartier? ¿Armani, Dolce Gabbana, Louis Vuitton? El acertijo podría ser resuelto exhumando el cadáver del embalsamado. ¿Cuál de los doscientos impagables relojes se llevó al infinito de su corrupción?
Yo creo que fue el reloj Pasha de Cartier, Hugo Chávez siempre supo enarbolar su revolucionaria desfachatez. ¿Por qué no habría de hacerlo en su lecho final?
La contradicción pervivirá, quedó embalsamada.