Nicolás Maduro ha sido el relacionista público de Primero Justicia, lo ha vuelto el partido de la oposición por excelencia, ha creído que es una genialidad definir a la “derecha amarilla” como el gran enemigo. Centrar los ataques contra PJ ha sido un maquiavelismo infantilísimo, eso de suponer que presentarle al país el dilema entre la izquierda, ¿el PSUV?, y la derecha acabaría con la oposición. Esta estrategia la aplaude el grupillo de chavistas radicales.
Venezuela no anda preocupada por escoger entre Marx y Adam Smith.
Miembros de la MUD que revientan de celos hablan de un matrimonio hecho en el infierno entre PJ y el PSUV, quieren que Maduro insulte a los adecos, los copeyanos, Proyecto Venezuela, o Un Nuevo Tiempo, que les diga fascistas, ratas, canallas. ¡Los han excluido del debate!, susurran. No dan el paso lógico para volverse relevantes, unirse. Si UNT, si Alianza Bravo Pueblo y Acción Democrática se convirtieran en un partido serían una opción política.
Pero no se engañen los de PJ, no todo es un lecho de rosas: Miraflores quiere dejarlos sin sus principales operadores políticos, financistas, organizadores, obligar a salir del país a su tropa de combate, o terminar presos.
El reciente teatral afán moralista de Maduro busca colocar un dique para limitar la corrupción interna, impedir que devore al chavismo, quiere depurar sus propias filas con un doble propósito: arrinconar a sus adversarios internos y ponerle un límite a un desmadre demasiado peligroso en el Gobierno.
Todo esto se une a una ofensiva para lograr la famosa hegemonía mediática. Hoy sin Globovisión, la quiebra por falta de papel de la prensa del interior, se cierra el cerco de hierro, desaparece la oposición mediática, la que solo exigía de los políticos lograr ser invitados a programas de opinión y aparecer en cámara limpiecitos afeitaditos y peinados, un estilo que lograba mantener al país en una crisis histérica y generaba líderes de cartón. A la oposición la están obligando a salir a la calle en estos meses de calor y de lluvia.
No nos extrañemos que entre los planes oficiales acaricien abandonar esa obsesión de Chávez por celebrar elecciones, ya no se cumplen los lapsos que marca la ley para convocarlas. De aquí a reemplazarlas por consultas a las comunas no hay mucho trecho.
En estas elecciones el PSUV repetirá el mensaje de que a un alcalde de oposición le impedirán, por ejemplo, recoger la basura como ya ocurre en Petare; que votar por la MUD garantiza que al alcalde le quitarán recursos, funciones, le impedirán trabajar, aplicar medidas a favor del ciudadano. Es un argumento poderoso aunque claramente sea abusivo. Esto unido a la indolencia de los electores, de la campaña a favor de la abstención propicia una derrota. Hoy todo favorece a la oposición porque las circunstancias empeorarán semana tras semana, pero contra la tontería nada se puede, como la de los que se esfuerzan por minimizar la trascendencia al 8D.
La prensa extranjera habla de un cambio en la política petrolera venezolana, la única forma para Maduro de conseguir recursos para mantener el pie este socialismo petrolero. Pero no es fácil, no es nada fácil hacer lo sensato incluso en el momento en que está en juego el pellejo político. La ideología les pesa como el famoso collar de bolas criollas mientras el país se desbarata a una velocidad sideral. El último en irse no podrá ni apagar la luz.