A juro y porque sí mi prima Beatriz se impuso rebajar. No se le ocurrió mejor idea para perder “esos kilos de más” que emular al famoso difunto con la cápsula de oxígeno donde lo ponían a hibernar.
Pero esta no era una sofisticada máquina ultramoderna con botones y que de manera electrónica medía los niveles de fluidos para estabilizar al paciente.
La máquina que inventó mi prima para rebajar era un artesanal pipote, una clásica pipa de esas que se usan en la industria petrolera y la gente utiliza para conservar agua o botar basura.
Mando mi prima a cortarla por la mitad y para juntar las dos partes le colocó par de bisagras, mientras que por un extremo le hicieron una abertura por donde dejaba salir solo la cabeza.
Después hasta le mandó soldar unas patas con pedazos de cabillas y la pintó de fucsia fosforescente. Finalmente le mandó instalar en su parte interior unos descomunales bombillos, mientras introdujo una colchoneta y listo. Construyó su particular solárium patentado en “Maracaibo city”.
Orgullosa por su inusual invento, se dispuso a probarlo. Llamó a su mamá para que estuviera cerca mientras ella yacía acostada en semejante horno. Mientras le cerraban el pipote, Beatriz hablaba por celular. Pasaron los minutos y una que otra hora.
Lourdes, aburrida de estar sentada, se fue a la cocina a preparar el almuerzo. Distraída escuchando en la radio los clásicos, como Felipe Pirela, Armando Molero, y su cantante favorito, Pastor López, se olvidó de su hija.
Pero Beatriz no aguantaba semejante vaporón y el peso de la improvisada puerta del pipote no le dejaba alzarlo para salir. La garganta ya no daba para más de tanto gritar sin ser escuchada.
Al fin apagaron los bombillos y le abrieron la pipa. Mi prima salió cual lechón navideño. La piel abrillantada y medio chamuscada. Las quemaduras fueron de segundo y tercer grados. Hinchazón por todo el cuerpo y después, un solemne juramento de no volverse a meter en la pipa.
No sé qué les ha dado a algunas féminas que se la pasan por la vida penando su figura redondeada como si fuera una maldición, y queriendo moldearse para quedar en el puro hueso.
No creo que con dietas de fin de semana, por vacaciones playeras, bodas o bautizos, se logren milagros. Siempre he visto en esto de las dietas una falta de educación alimentaria para formar ciudadanos sanos y con un paladar educado.
Es obvio que detrás de las dietas se esconde toda una industria del marketing que destruye y construye figuras. Y la figura que desde hace más de 50 años se ha impuesto, consta de medidas (90-60-90) estatura sobre el metro setenticinco y un peso que no supere los 55 kilos, a más de una piel clara y bronceada.
Imagen de un ser humano ajeno a la cotidianidad y que poco a poco está siendo desplazada por unos contornos más carnosos, más latinos y por tanto, más reales y sensuales.
El rigor y los inventos de dietas alcanzan la hilaridad. Los hay desde los rebuscados, como “la dieta del arroz”. Donde se como solo arroz cual chino que pela los dientes de tanta contentura, sin sal ni aceite, por unos cuantos días. Otras son más sofisticadas y comen solo manzana verde y agua, por una semana. Mientras otras se van “por las ramas” y comen solo hierbas y semillas. O la dieta de las “misses” donde apenas almuerzan media lata de atún y un litro de agua.
Las extremas y osadas ensayan drásticos procedimientos de cirugía y hasta hipnosis.
Pero ninguna de estas dietas supera la proeza de mi prima. Después de todo, ella sigue viva y conservando su digno y normal volumen corporal, mientras la pipa fue a parar al lugar del olvido, ese donde están los trastos viejos e inútiles.
Las rellenitas con figuras de la tradicional latina, que aparecían en las películas mexicanas de los años 50s., están volviendo a transitar por las calles. Son esos contornos con caderas africanas y densas pantorrillas de europeas, que atraen miradas por donde ellas pasan. No son las mórbidas regordetas sino esas entradas en carnes que dieron tanto de qué hablar, como María Antonieta Pons y sus cadenciosos movimientos frente a la gran pantalla.
La figura de la mujer latina, de ayer y de hoy, no tiene nada que ver con esa escuálida mujer esquelética que los comerciantes de dietas intentan imponer para seguir controlando su mercado de dietas y cirugías.
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