La enorme crisis eléctrica que venía anunciándose desde hace ocho años la hemos visto avanzar en capítulos que se repiten cada cierto tiempo con la monotonía de los relojes suizos. Hace cinco años, cuando aún reinaba el caudillo, Caracas y algunas ciudades del interior padecieron dos apagones que paralizaron el metro de la capital y dejaron en la oscuridad a casi la mitad del país. En aquel momento el autócrata, auxiliado por los hermanos Castro, apeló a la peregrina tesis del saboteo. Los expertos en la materia demostraron que el sistema eléctrico necesitaba, para seguir operando, de una inversión de al menos cuatro mil millones de dólares anuales durante un lapso de seis años, y que mientras esa operación no se efectuara. se mantendrían los problemas en la generación, transmisión y distribución del fluido eléctrico. El caudillo pensó que esos eran presagios de Casandras tropicales. Colocó algunos paños calientes aquí y allá, pero jamás encaró la crisis con la gravedad que la falla ameritaba. Los problemas se acumularon. Los apagones se repitieron. Caracas, por una decisión estrictamente política, quedó protegida. Se sacrificó a la provincia para evitar el impacto expansivo que produciría la crisis en la capital. Esta estrategia duró un tiempo, pero, como ocurre con los errores gruesos, no podía evitarse indefinidamente que sus consecuencias negativas se produjeran. Ahora estalló la bomba de tiempo: casi toda Venezuela quedó afectaba por la negligencia oficial.
El gobierno no puede descargarse de su responsabilidad acusando a la oposición de un supuesto escamoteo. Este ardid, tramado en asociación con los cubanos, no resiste el menor análisis, ni siquiera para sus propios partidarios. El pueblo chavista durante años ha señalado la deficiencia del servicio eléctrico. Ha dicho que pierde sus neveras, sus televisores y los pocos artefactos electrodomésticos que puede comprar, porque la luz se va a cada rato. Le ha reclamado a las alcaldías y a las gobernaciones indemnizaciones por los daños causados.
Para ese pueblo el argumento de Maduro constituye una burla y un insulto, aunque no una sorpresa. Ya conoce los desbarros de su presidente. Toda la acción de su gobierno es una gran chacota. Maduro va a Guyana, y compromete los intereses nacionales por generaciones. Le dirige una comunicación personal a Obama, y la carta resulta un esperpento que parece escrito por uno de sus peores enemigos. Intenta poner orden en el mercado de divisas y controlar el dólar paralelo, pero lo que crea es un enredo que ni siquiera sus “economistas” logran descifrar. Trata de detener la inflación y lo que hace es dispararla. Aplica el Plan Patria Segura y al poco tiempo unos guardias nacionales matan a una madre de familia y a una de sus hijas, mientras unos asaltantes de camino roban nada más ni nada menos que a la hija del ministro de Relaciones Interiores, general Miguel Rodríguez Torres, responsable del malhadado plan.
El desprecio al trabajo profesional serio, silencioso y constante, y el culto a la improvisación y la politización, no podían dar otro resultado que no fuese la chapucería, el desastre total y absoluto. Este es un gobierno miserable que carece de luces y también de energía, no solo porque haya acabado con el fluido eléctrico, sino porque destruyó a Venezuela en todos los espacios sociales y carece de la fuerza y claridad para encontrar la salida.
@trinomarquezc