Ya comienza a parecerme curioso que todos los supuestos planes desestabilizadores tengan siempre nombres de gran contundencia fílmica. Nuestros conspiradores parecen guionistas de Hollywood. En estos pocos meses, ya hemos visto “Conexión abril” y luego “Operación carpeta amarilla”. El país de pronto parece una sala de cine, en cuya pantalla transcurren de manera permanente puros avances publicitarios. Todos estamos mirando una historia que solo está hecha de trailers.
¡Ya está aquí! ¡Ya viene! ¡En octubre! ¡El estreno mundial de “Colapso total”! La nueva súper producción de Imperio Productions, asociada con MUD Entertainment. ¡No te la puedes perder! A un amigo afecto al Gobierno, que me reclama que no me tome en serio la situación, le propuse como ejercicio tomar el discurso oficial y cambiar los protagonistas. La noticia quedaría así: Henrique Capriles denunció que “a finales de julio, en La Habana, hubo una reunión especial para evaluar la situación de Venezuela.
Están preocupados. Saben que la oposición se consolida, que el Gobierno no ha podido legitimarse de manera definitiva, que la mayoría de la población está descontenta. Por eso preparan para octubre un plan llamado Arrase total, para tratar de asesinarme y aniquilar a la oposición”. ¿Qué diría cualquier oficialista ante una denuncia de este tipo? ¿Cómo reaccionaría? La verdad se ha convertido en una tragedia nacional. La búsqueda y la aceptación colectiva de la verdad parece, por momentos, un imposible. Esa es, probablemente, una de las peores herencias de todo este proceso.
Tiene que ver con la polarización, con la concepción guerrerista de la historia y de la política, con la vocación hegemónica que mantiene el Gobierno. No hay posibilidad de saber cuántos barriles de petróleo en verdad estamos produciendo. O de conocer la cifra de homicidios que, en verdad, tenemos anualmente en el país. O de averiguar cuántos casos de influenza, en verdad, hay en Venezuela. O de saber, en verdad, qué pasó en Amuay, cuánto vale nuestra moneda, quiénes son responsables de los apagones, qué pasa con las denuncias de corrupción contra el teniente Andrade o contra la empresa Derwick… Lo real ha pasado a otra dimensión.
Quizás el caso más emblemático y patético sea la propia enfermedad, agonía y muerte de Hugo Chávez, un ejemplo deplorable de cómo el poder devora la verdad. En su estudio sobre la censura durante el apartheid, en las últimas décadas del siglo XX en suráfrica, J.M Coetzee incorpora la paranoia como una categoría para su análisis de la sociedad. El ánimo del censor está siempre a la defensiva. Su fantasía teje apocalipsis contantes, amenazas inminentes de grandes hecatomes.
“Las polémicas alrededor de la censura -escribe Coetzee- tienden con gran rapidez a caer en un modo paranoide en el cual todo argumento presentado por el otro se considera la máscara de una intención hostil”. Suena conocido. Familiar. Casi bolivariano. Cualquier intento por indagar en la realidad, por tratar de hallar alguna verdad, es percibido siempre como una agresión al orden establecido, como una conspiración. Esta semana, el Presidente ha anunciado que comenzará a transmitir, en cadena nacional de radio y televisión, un “noticiero de la verdad”.
Es decir que, aparte de todo el inmenso control mediático que posee, el Gobierno quiere tener un noticiero propio para contar su propia verdad. Habría que decir, ahora que se cumplen 40 años del infame golpe de Pinochet, que un Estado que obliga a sus ciudadanos a escuchar y ver su verdad, se acerca peligrosamente al fascismo. La única noticia de verdad que aún no quiere leer, escuchar ni ver, que se niega a aceptar el gobierno es que, en el peor de los casos, según el mismo CNE, la mitad de los venezolanos ni votamos por Maduro, ni estamos de acuerdo con su proyecto. Y Maduro está obligado a gobernar también para nosotros. Y no lo está haciendo. Sigue insistiendo en querer dominarnos, someternos. Ese, finalmente, es su único y verdadero Colapso total.