Lapatilla
“El comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza, el socialismo mediante el voto. Es la misma diferencia que hay entre asesinato y suicidio.”
Ayn Rand
Estamos heridos, no vencidos
Como muchos otros venezolanos, he aprendido desde la herida y el desangramiento.
Hugo Chávez, su despelotada “revolución” y su corrupto “socialismo del siglo XXI” nos han caído a machetazos como nación.
Estamos heridos, muy heridos, pero no muertos. Cierto, muchos han perecido, muchos están lisiados, muchos permanecen en las mazmorras del régimen, muchos nos hemos replegado, pero en general no hemos sucumbido, seguimos luchando y tendremos fuerza espiritual para hacerlo, como he dicho, mientras nuestro aliento sea capaz de empañar un vidrio.
La moral, la conciencia crítica y la valentía del venezolano permanecen vivas. No hay fuerza humana ni natural que nos haga sucumbir. No nos rendimos.
El enemigo a vencer, como sociedad, es la depravación instalada por Hugo Chávez y fomentada hasta la nausea por su amado heredero Nicolás Maduro.
Estamos heridos, muy heridos, pero no vencidos. Nuestra rabia organizada y noviolenta los acorrala. Nuestra crítica los zarandea.
Su desnalgue, rojo rojito, sucumbe.
La dictadura de los nalgas rojas
La inepta disyuntiva sobre si en Venezuela padecemos o no una dictadura es tan mediocre como necia.
Según el diccionario de la Real Academia una dictadura es un régimen político que viola el ordenamiento jurídico para ejercer la autoridad y que concentra todo el poder en una sola persona (Hugo Chávez) u organización política (Maduro y PSUV), quienes reprimen los derechos humanos y las libertades individuales de la población.
¿Alguien en su sano juicio es capaz de declarar que en Venezuela no hay una concentración total del poder y una represión generalizada a la disidencia?
Hugo Chávez concentró todo el poder y persiguió sistemáticamente a todo aquel que le hizo oposición: políticos, empresarios, intelectuales, medios, activistas, religiosos y ciudadanos comunes (recordemos la lista de Tascón). Fue un dictador no convencional y postmoderno: no necesitó aplastar físicamente a la disidencia (que también lo hizo), sino que usó los medios de comunicación masiva, la expropiación (como robo), la represión, la persecución y la justicia -como tortura-, para aplastarlos y doblegarlos moral, psicológica o materialmente.
Fue sutil en su proceder, pero muy acertado. Masificó la represión a través de los medios de comunicación del estado.
Sin embargo, lo que fue el verdadero aporte histórico de Chávez como dictador postmoderno, en lo que fue más sagaz que ningún otro déspota contemporáneo y lo que significó un salto adelante para las futuras dictaduras, fue en el uso del dinero del estado para doblegar voluntades, comprándolas.
Compró, pervirtió, prostituyó, corrompió a empresarios, políticos, artistas, diplomáticos, hasta presidentes y a quien no compró, lo extorsionó y chantajeó hasta dominarlo.
El dinero, el capital, la concesión económica se convirtieron en sus mejores armas de fuego dictatorial para corromper y doblegar voluntades.
¿Para qué torturar o asesinar personas si podía comprarlas y hacerlas sucumbir a cambio de maletines repletos de dólares? Tenía suficiente dinero para despilfarrar y negociar; fue artero y condescendiente, a cada quien le supo llegar a su precio.
Sólo una nalgada le bastaba para meter en cintura una díscola voluntad política. Bueno, a veces más de una y el nivel de enrojecimiento llegaba hasta percatarse de que la voluntad -desnuda de moral- se ponía roja, rojita…
(De más está decir que a Rafael Ramírez le encantaban las nalgaditas preventivas y correctivas, acompañadas de dinero, claro, de ahí el término “rojo rojito” que descubrió viendo su dorso bajo ruborizado frente al espejo.)
La nalgocracia roja
Chávez sentía una atracción singular por los burgueses venezolanos como Rafael Ramírez y sus socios, los ahora celebérrimos bolichicos. Cuestión de energía y electricidad, digamos. A través de ellos y de muchos como ellos, comprendió que la manera de doblegar a la burguesía era con algunas nalgadas, pero con mucho dinero. Y lo hizo.
Inmoral y corrupto como siempre fue, no le importó la cantidad de monedas que debía repartir para comprar las voluntades que necesitaba para conservar el poder e imponer su nalgocracia roja.
Eso convirtió a Venezuela, hablando en términos muy criollos, en un verdadero desnalgue (santo y seña de la dictadura de Chávez y los nalgas rojas).
Pocos se salvaron, muchos ofrecieron sus nalgas, hasta el rojo rojito, por algo de poder o por maletines atiborrados de dinero.
Conspiradores contra la nalgocracia
No oculto que escribir sobre temas tan escabrosos y de manera tan insolente me asquea. Pero comprendo que el verdadero asco moral lo instauró Hugo Chávez y su dictadura de los nalgas rojas en todos los aspectos de la vida social y política del país, y que esa perversión total, ese caos, hay que combatirla hasta derrotarla.
En ese sentido, todo venezolano decente, digno, con un mínimo de honorabilidad y respeto por sí mismo, que no está dispuesto a que lo nalgueen, mucho menos hasta quedar rojo rojito, es un conspirador, un rebelde, un desestabilizador. Merece el destierro, el oprobio o la cárcel.
Humildemente, con mi crítica, con mi arrostre y osadía, pese a las heridas y al cansancio, me rebeló contra la dictadura de los nalgas rojas y contra su más conspicuo líder Nicolás Maduro.
No hay otra opción, no quiero para mis hijos ni para los tuyos la vergüenza de que tengan que vivir humillados -nalgas rojas rojitas- ni doblegados por dinero.
Cada día son menos los chavistas dispuestos a ser nalgueados, la pregunta crucial es: ¿y los militares?
Esa respuesta signará el destino de Venezuela y podría curar en gran medida el machetazo moral que el dictador le propinó al alma herida y desangrada de nuestra patria.
El enemigo a vencer es la depravación roja.
@tovarr