Hace un par de meses, mi hija quedó en casa con varias amigas para pasar el día juntas. Como estaban de vacaciones, al final decidieron quedarse a dormir todas en mi casa. Una de ellas tenía el periodo menstrual en ese momento y, para sorpresa de mi hija, el suyo se adelantó varios días. El asunto fue comentado posteriormente entre ellas y, al parecer, no fue el único caso. Parecía como si las hormonas de todas se hubieran puesto de acuerdo para actuar al mismo tiempo ¿Por qué? Investigando la respuesta descubrí que esa misma observación había sido origen de varias historias de contenido científico.
Ciencia.es
La reunión de científicos y la estudiante
El primer capítulo de la historia tuvo lugar a finales de los años 60 y lo cuenta Miriam Horn en el libro “Rebels in White Gloves: Coming of Age with Hillary’s Class – Wellesley ’69”. En un pasaje de ese libro se menciona a una joven estadounidense de 20 años, estudiante de psicología, llamada Martha McClintock. Martha había sido invitadaa asistir, junto a un puñado de estudiantes, a una reunión científica en el Jackson Laboratory, en Maine. Era una oportunidad única para ella porque allí se había juntado un buen número de renombrados biólogos para discutir sobre feromonas. Las feromonas son sustancias químicas emitidas por ciertos animales que, según revelaban los experimentos, tenían una notable influencia en el comportamiento sexual de los animales que las detectaban.
En un receso de la reunión, algunos de esos científicos comentaban, en petit comité, un hecho curioso que habían comprobado en sus laboratorios. Las hembras de ratones de sus experimentos, que en un principio tenían sus ritmos ovulatorios distintos antes de juntarlas, cuando se las colocaban en la misma jaula acababan ovulando todas al mismo tiempo. Martha, que escuchaba atentamente la conversación, recordó que algo parecido sucedía en su residencia de estudiantes. Entonces “espoleada por la curiosidad y olvidándose de su timidez” – como ella misma cuenta – intervino en la conversación diciendo: “Como ustedes saben, entre los seres humanos también sucede lo mismo”.
Los contertulios miraron a la estudiante con cara de sorpresa, no lo sabían, eran todos hombres y no tenían ni idea de cosas íntimas femeninas. Es más, Martha tuvo la impresión de que, en el fondo, pensaban que estaba diciendo una tontería. No obstante, los investigadores, haciendo gala de cortesía, optaron por zanjar la cuestión científicamente. Le preguntaron: ¿Puede probarlo? Martha se limitó a contestar que en el dormitorio común que compartía con varias chicas de la universidad, con el tiempo, acababan sincronizando sus periodos menstruales. “De todas formas – contestaron educadamente- hasta que no lo demuestre científicamente, esa evidencia carece de valor”. Y… siguieron hablando de ratones.
El reto
La conversación dejó una marca en la estudiante y, una vez de vuelta en la Universidad, su tutora, Patricia Sampson, la animó a afrontar el reto.
Martha pensó que no había mejor laboratorio que aquel en el que había constatado el sincronismo de las menstruaciones, es decir, su propia residencia femenina de estudiantes. Se puso manos a la obra y diseñó un ambicioso estudio para demostrar su hipótesis.
Convenció a las 135 mujeres que compartían con ella la residencia para que participaran en el estudio y todas aceptaron. Un año después, expuso los resultados del estudio en su tesis de graduación en Harvard. Más tarde, el sociobiólogo E.O. Wilson, famoso por sus estudios en la señalización química entre hormigas, la convenció para que enviara un artículo a la revista Nature. El artículo se publicó en 1971, cuando Martha tenía 23 años, y es la primera evidencia científica de que los humanos también estamos sometidos al poder de las feromonas.
Experimento de la residencia femenina
En la residencia universitaria convivían un total de 135 mujeres con edades comprendidas entre los 17 y los 22 años. La residencia era grande y las estudiantes vivían y dormían en habitaciones individuales o dobles, distribuidas en distintas alas del edificio. El estudio no se limitó a comparar las fechas en las que las chicas menstruaban, éstas, además, tenían que aportar muchos otros datos que podrían influir en la sincronización: amigas con las que pasaban más tiempo, compañeras de habitación, grupos de convivencia, uso de anticonceptivos, incluso el número de veces que habían estado en compañía masculina.
Todas las participantes fueron facilitando de buena gana las fechas exactas en las que habían tenido el periodo menstrual y pronto Martha pudo demostrar científicamente la veracidad de su hipótesis. Comprobó que las compañeras de habitación y las amigas que pasaban mucho tiempo juntas adquirían un alto grado de sincronismo en su periodo menstrual. En cambio, cuando se analizaba todo el conjunto de las 135 participantes para evaluar el efecto de los hábitos comunes, como la comida, o las tensiones de los exámenes, no se encontró ninguna sincronización.
El segundo experimento. El sudor femenino.
La demostración del poder de las feromonas humanas tuvo que esperar casi 30 años, hasta 1998, cuando Kathleen Stern y Martha McClintock zanjaron la cuestión con un experimento muy ingenioso.
Las investigadoras pensaron que si las mujeres emitían al ambiente feromonas durante la menstruación, éstas debían ser mezcladas con el sudor.
De todos es sabido que el olor corporal es una muestra inequívoca de que nuestro cuerpo está impregnando el ambiente de moléculas que escapan de nosotros por la piel, algunas de las cuales detectamos con nuestro sentido del olfato. Así pues, las axilas parecían un buen lugar para buscar las feromonas causantes del sincronismo menstrual.
Stern y McClintock seleccionaron entre estudiantes universitarias y profesoras a 29 mujeres de edades entre 20 y 35 años dispuestas a participar en un nuevo experimento sin que las investigadoras dieran detalles de su objetivo, para evitar interferencias. Las voluntarias se dividieron en dos grupos distintos, el primero, de 9 mujeres, debía suministrar las feromonas y el otro, que agrupaba a las 20 restantes, debían captarlas.
Cuando reunieron a las chicas del primer grupo para decirles lo que se esperaba de ellas, pusieron cara de sorpresa. Cada una de ellas debía llevar bajo sus axilas, durante ocho horas diarias, unas piezas rectangulares de tejido absorbente de algodón para que se empaparan del olor corporal. Paralelamente, todas ellas debían proporcionar muestras de orina cada noche, cuyo análisis revelaría con exactitud el momento del ciclo menstrual en el que se encontraban, es decir, si estaban menstruando, ovulando o en momentos intermedios.
Conclusión
En resumen, las investigadoras descubrieron que los ciclos menstruales de las voluntarias se adaptaban al ritmo de olores impuesto en el experimento, a pesar de no existir contacto o cercanía entre las donantes y las receptoras. Así quedó demostrado que el sincronismo del ciclo menstrual femenino se debe a la presencia de ciertas feromonas que son liberadas al aire en cada momento del ciclo. Kathleen Stern y Martha McClintock publicaron las conclusiones de su estudio en revista Nature en 1998.