La satrapía bolivarista está en guerra. Pero no en una guerra exógena en contra de algún imperio o potencia foránea. No. Tampoco en una guerra decisiva o final en contra de la oposición política nacional. La guerra de la satrapía es la más endógena de las guerras, porque es una guerra contra sí misma. Una guerra interna. Es la guerra de sus grupos de poder –o sus carteles de poder– para modificar o conservar el mapa feudal del dominio y de la corrupción que dejó Hugo Chávez.
En efecto. Un legado principal del predecesor fue ese mapa feudal en el que las distintas corrientes, logias, tribus y bandas tenían sus propios territorios de control y depredación en el ámbito estatal, político y económico. Un mapa de las parcelas concedidas, los privilegios consagrados, los organismos distribuidos y las corruptelas establecidas. El sucesor Maduro viene tratando de modificar el reparto en función de sus intereses y de sus beneficiarios, y los demás, es decir los otros jefes y jefas feudales, se resisten a ello. Por eso la guerra.
No es que Maduro quiera borrar ese mapa y restablecer al menos el esqueleto de un estado de derecho. Nada que ver. Lo que quiere es configurar su propio mapa. El mapa madurista que no es igual al mapa chavista. Al menos no en fronteras y jefaturas feudales, porque es muy parecido o hasta peor, en términos de voracidades y vandalismos. Diosdado Cabello y muchos más reaccionan con agresividad ante las pretensiones de Maduro y compañía, y de allí que la guerra pique y se extienda.
El mapa tiene variados feudos y variados dolientes. Militares unos, civiles otros. Chavistas antiguos unos, neo-maduristas otros. Cubanoides unos y otros menos o casi nada. Unos se anidan en Cadivi, otros en Pdvsa o Bandes o Fonden, algunos combinan. Unos controlan la banca pública, otros las importaciones públicas, otros las empresas públicas, otros los remanentes de los poderes públicos. Unos tienen más vínculos con la delincuencia organizada, otros menos, y algunos son la delincuencia organizada, punto.
Y todos representan la destrucción de la república, de la idea misma de república. Encarnan el avasallamiento de la satrapía. Y de una satrapía feudal. Por eso la guerra no es tajante y diáfana como una guerra entre contrarios, sino insidiosa y sórdida como una guerra entre cómplices. El objetivo del conflicto no es ideológico, ni tiene que ver con el socialismo, o con el nacionalismo, o con el anti-imperialismo, o con ningún “ismo” que no sea el continuismo del mapa de dominio y corrupción que dejó Chávez.
Y para colmo, la propaganda oficialista intenta encubrir la guerra feudal con el invento de otras guerras que serían impulsadas por opositores o adversarios: que si la “guerra económica”, que si la “guerra mediática”, que si la “guerra eléctrica”, que si la guerra tal o cual o de más allá. Pamplinas absurdas, porque el control hegemónico de la economía o de los medios o de cualquier área significativa de la vida venezolana, lo tiene la satrapía.
Esto es la satrapía feudal que está en guerra consigo misma, por lo que cualquier otra guerra que se presente es consecuencia directa de ésta. La guerra de los feudos, del poder rojo, de la corrupción roja. La verdadera guerra que destruye a Venezuela.