Llamó poderosamente la atención a la opinión pública nacional e internacional los cambios sucedidos a última hora en la agenda internacional de Maduro. Primero recortó el tiempo de permanencia en el imperio amarillo, después ordenó – o le ordenaron – cambiar el rumbo del Ilyushin Ruso de cubana de aviación, que debía dirigirse a Nueva York para entrenarse como flamante sucesor del gigante de América para Maiquetía y el último cambio brusco de agenda lo dio la semana que finaliza al desistir del viaje a Bolivia bajo el pretexto de que estaba afectado por una fuerte gripe.
Cual tragedia inoculada desde el caribe, la cultura de la guerra se apoderó de la élite del PSUV. Todo el debate gira en torno a conspiraciones, guerras asimétricas, la necesidad de fortalecer la capacidad bélica del pueblo para enfrentar las pretensiones imperiales que quieren apoderarse de Venezuela. La jerga militarista sustituyó el discurso de las políticas públicas. Ya no se habla de programas sociales, desarrollo económico, políticos para incentivar la producción de tal o cual rubro. Nada de eso, la sicología del poder en nuestro país está atrapada por la añoranza de un enfrentamiento bélico con la particularidad de que no existe frente al poder un enemigo real, no hay ejércitos de ocupación. La guerra anhelada es contra todos los compatriotas con pensamiento crítico, contra usted y contra mi. Contra los cuales cualquier subterfugio es bueno, desde la guerra eléctrica hasta la guerra económica.
De la única guerra que no hablan es de la guerra que tiene contra el pueblo matándolo de hambre, de inseguridad, de falta de servicios. Esa es la verdadera confrontación en el país.
En medio de tantos conflictos falsos y verdaderos se esconde el decisivo, el que terminará de acabar esta pesadilla, el de la capacidad de los herederos para gobernar. El desmadre cambiario sacude los mermados bolsillos del venezolano. Nuestro oro negro ha sufrido una devaluación debido a que un alto porcentaje se entrega a los gobiernos satélites del PSUV, quienes pagan con pantalones, profesores, caraotas y discursos, otra parte se la lleva el imperio Chino a cambio de construir casas, que se caen por problemas de calidad, vende, electrodomésticos, que muchas veces se dañan producto de los apagones y el resto va al imperio gringo, que paga constante y sonante pero al mismo tiempo vende gasolina o productos terminados para producirla.
La cultura de la guerra no encuentra base social. Ni siquiera en tiempos del finado el pueblo lo acompañó en su utopia de una guerra civil que le permitiera eliminar las formalidades democráticas.
Para Maduro y sus amigos la confrontación es la única forma de mantenerse en el poder. Hoy son una minoría rabiosa e inútil, un peso mal oliente sobre el país, un perro mordiéndose la cola creyendo que domina la manada.
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