Disponer de mil quinientos millones de millones de dólares en tres lustros, se dice fácil. Detenerse a pensar todo lo que podría haberse construido, reparado o gestionado con esa inmensísima cantidad, es angustiante. Pero “el viento no se lo llevó todo”, ni todo lo que no ha podido ser, no quiere decir, que aún no sea posible.
De la embriaguez revolucionaria han ostentando tanto los que están en el poder, como los que se han plegado a ese bacanal. Un cerrar de ojos de una camarilla capitalista parasitaria y cómplice, que lanza una grave percepción funcional: hacer creer que la gran mayoría de los venezolanos somos pillos. ¡Y no lo somos!
Venezuela es un país de una nobleza infinita y una riqueza incuestionable, mas no ilimitada y en mucho mítica. Nuestro quijotismo pasa por ser un matriarcado pleno de sacrificio, inmolación y trabajo. La madre venezolana (que también es padre) producto de una paternidad irresponsable, se desenvuelve como una heroína, que no solo mantiene a la familia en lo material, sino que contiene moralmente la amenaza inclemente de la miseria y las tentaciones que derivan de esas carencias. Nuestra estoicidad no es casual ni injustificada. Es el resultado de una actitud abnegada y sufrida de nuestras madres, que ante cualquier adversidad, nos dicen “mijo paciencia, todo pasa, Dios aprieta pero no asfixia… y después de todo, no hay carga pesada que no podamos llevar”. Así vamos inundados de una copiosa externalidad, que hace depender nuestro éxito o derrota, a cualquier variable que no sea yo… Y el gentilicio degenera en conformidad, letargo y sumisión, que explica en mucho, nuestra patológica resistencia a las calamidades, y nuestra no menos enfermiza aceptación de la violencia. Detrás de esas muertes impunes en manos del hampa; detrás colas infinitas para abastecerse de alimentos; de lado de la anarquía o más allá de la “tolerancia” de vivir a oscuras sin agua y sin gas, está presente el atavismo celestial “no hay carga que no podamos llevar”… Pero ya es tiempo de sacudirnos de abnegación, de míticos merecimientos y babiecadas mesiánicas. Un liderazgo disidente debe desterrar la palabra socialismo de sus filas.
El precio que pagamos por hacer depender nuestro destino a un evento súbito y “cósmico” a un milagro o una lotería, es muy alto. Es un dejar pasar y delegar que nos lleva a la anomia y a una permisiva aceptación de la extinción de la vida. A partir de ahí una cadena de “sin sentidos” cobran relevancia. Se pierde el respeto, la urbanidad, el derecho y el deber. Una reserva de decencia matriarcal incólume, no garantiza estar o ganar. Una reserva poderosa pero sin concreción ni beneficio, si no la ejercemos. La esperanza de superar el torbellino social que padecemos es activar el depósito democrático y libertario que corre por las venas de los venezolanos. Un privilegio grupal apadrinado por el petróleo y asistido de un sentimiento incontenible de superación (apuntalado por nuestras madres), que en medio de tropiezos y torpezas, caudillos, compadrazgos y capataces; irreverencias y desplantes, ha arrojado palmarias estructuras, desarrollo industrial, masificación educativa y sentido de oportunidad. Nada de esto es desmantelable ni por el peor de los demonios… Sin embargo asumir una actitud galbana y alharaca, frente a una realidad riesgosa, encaja lo que alertada Einstein: “la vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”.
Los países no quiebran amigo lector. Aun estando como estamos, Venezuela cuenta con recursos humanos y naturales suficientes para superar cualquier accidente histórico. Ya ha ocurrido antes. Y nuestro presente no es el peor de ellos. No nos dejemos intoxicar ni acorralar por las circunstancias. Nuestras estructuras morales y materiales son reparables. Y en meses, no en años… Esa es nuestra diferencia con otros mundos y otras culturas, atrapadas en el fanatismo religioso, profundas carencias y tabúes… Nuestras corporaciones pueden estar quebradas o saqueadas, pero no aniquiladas. Nuestros talentos pueden migrar, pero al giro de un cambio, regresarán… La harina de maíz precocida, la leche o azúcar, pueden desaparecer, pero en segundos se retornarán a los anaqueles, si se toman correctivos, para nada complicados. Y nuestras madres verán a sus hijos ir a la calle y regresar, con títulos universitarios además, si decidimos luchar por rescatar esas reservas engullidas. Es nuestra irreverencia contestataria, al servicio del capital social no de la radicalidad.
La conformación de ese nuevo orden pasa por recuperar nuestra autoestima colectiva, querernos más, hablar bien de nosotros mismos, y cesar de agredirnos unos a otros. Y no le escribo a un sector de la población. Hablo a la Venezuela profunda y adormecida, que yace atizada, arrinconada y temerosa, no por un régimen, sino por una perversa indefensión aprendida. Estamos a tiempo. Los medios están a la vista… No nos empeñemos en no quererlos ver, en no quererlos utilizar.
vierablanco@gmail.com
@ovierablanco