Un demoledor cansancio se siente a veces, cuando al ver la realidad nos topamos de frente contra los afanes, cada día más drásticos, de Maduro, empecinado en hacernos creer a todos que su mandato goza de una legitimidad de origen y de desempeño que le son completamente ajenas, y abocado a mantener, al precio que sea, un estado de las cosas y una situación general que ya hasta los suyos lo sienten, son absolutamente insostenibles.
Nos hemos dejado hacer mucho daño, todos, y nos seguimos dejando dañar, todos. Acá no vale hacer distinciones maniqueas. Podemos, si estamos en el bando oficialista, buscarle por ejemplo mil y una justificaciones a la absurda cacería de brujas que se ha desatado contra todos los viajeros en los puertos y aeropuertos de la nación, desde que a Maduro y a sus “genios” se les ocurrió la idea de revisarnos hasta los interiores cuando salimos del país; pero hasta el rojo más rojito debe aceptar, así sea para sus adentros, que se trata de una política abusiva, completamente ilegal (buscan castigarte por delitos cambiarios que al momento en el que estás saliendo del país ni siquiera se han empezado a cometer), violatoria de la más elemental dignidad personal, y lo que es más grave francamente inútil.
Si Maduro de verdad quisiera algo diferente a “hacerse sentir” como supuesto “hombre fuerte” de Venezuela, no atacaría a los eslabones más débiles de la cadena cambiaria, a los ciudadanos destinatarios de las divisas que primero Chávez y ahora él nos han obligado a mendigarle; se ocuparía por el contrario de los “peces gordos” que se encargan de decidir, cobrando a mansalva cuotas y comisiones, quién recibe o no las divisas. Es a esos a quienes debe investigar, es a esos a quienes que habría que revisarles hasta el alma, pues no pocas sorpresas, si es que en verdad “no sabe” que el control cambiario ha sido la fuente de corrupción más grande de la que nuestro país haya tenido noticia, le depararía el asomarse a los estilos de vida y a las riquezas que ahora ostentan muchos que antes no tenían ni para el café de la mañana.
Lo que pasa es que esos, los delincuentes de “cuello rojo”, sí son intocables. Son sus panas, su propia gente, los que tiene más cerca, los que sí se prestan, montados sobre sus propias conveniencias, a aplaudirle hasta sus continuos dislates verbales siempre que los verdes baratos fluyan hacia ellos sin contratiempos ni escollos, a ellos no se les molesta ni con los pétalos de una rosa. Si alguna vez la brecha entre la eficacia simbólica y la eficacia real de algún acto del poder público se ha puesto en evidencia es ahora: Con una mano, Maduro quiere hacer creer a propios y a ajenos que va “con todo” y con “mano dura” contra la delincuencia, contra una además “creada” a la medida de un régimen que no entiende que en el mundo moderno a quienes nos ganamos nuestro dinero con nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, se nos debe permitir que con él hagamos lo que mejor nos parezca, sujetos sólo a nuestra conciencia y a la responsabilidad legal que pueda nacer, de su mal uso, ex post facto, que no antes de disponer de este; pero ese pescador, temeroso de los obesos tiburones que sí pueden arrancarle gruesos tajos de una sola mordida, con la otra mano los deja pasar y hacer sin incordiarles mientras lanza bravucón sus anzuelos contra las sardinas, contra los más vulnerables, porque sabe que los ciudadanos “de a pie” no pueden, por ahora, hacer más que mirarle con desprecio mientras les asesina los sueños y los enlata como “sospechosos” de crímenes que no son ellos quienes los cometen.
También anda obtuso Maduro con su bendita habilitante, al punto de que ya ni las formas guarda. Lo que quiere es demostrar que tiene la misma fuerza que Chávez tenía, haciendo incluso cosas que ni aquel, con todo y lo criticable de sus desempeños, se habría atrevido a hacer, A mí que no me vengan con cuentos los maduristas; un diputado, cualquiera, opositor u oficialista, que le otorgue a un presidente facultades para crear o modificar delitos y penas, no es sólo uno que, por ponerlo de manera relativamente elegante, está soltando sus heces con descaro sobre la Constitución bolivariana, sino además es uno que ni de humanista, de progresista, ni mucho menos de “socialista” tiene un solo pelo. La izquierda consciente y seria, haría bien en marcar distancia de tales abusos, pues no hay nada menos igualitario o colectivista que dejar todo el poder concentrado en manos de un solo hombre, mucho más cuando ese hombre ha arrastrado al país a la crisis institucional, de gobernabilidad y económica más grave de toda nuestra historia. Tan burdo es Maduro en sus afanes por la habilitante, que como sabe que no cuenta con la mayoría parlamentaria que necesita para que se la concedan, monta casos contra diputados opositores sólo para sacarlos coyunturalmente del juego, y para que sean otros, más “fáciles” de convencer, los que le rían la gracia.
Esto no es democracia, ni se trata de “astutos juegos políticos”, esto es un festín descarado en el que las hienas se ceban con los restos de lo que va quedando de la República, a la espera de que todo implosione y el “atajaperros” que viene, porque viene, las encuentre con suficientes aprestos para capear el temporal, así sea a palo seco. Es un simple “raspar la olla” mientras nuestros gobernantes se ocupan más de mantener sus cuotas de poder y sus comisiones, que del bienestar general. Mordisqueando huesos y vísceras ya putrefactas, sueltan las hienas sus risas hipócritas y sus insultos a nuestra inteligencia, empeñados en hacernos creer que “todo está bien”, cuando nuestra inflación se acerca peligrosamente a los tres dígitos, el “innombrable” vale siete veces más que el oficial, no hay reservas internacionales sino para unos pocos meses más de desmadres, y los pranes, los delincuentes y los “vivosbobos” de siempre hacen y deshacen a placer porque el gobierno, si es que así puede llamársele, se ocupa más de pegar con chicle las patas rotas de la silla, que de atender una realidad de la que definitivamente es el único y principal responsable.
Mientras tanto, hay que decirlo, aún sin escatimar la importancia de las venideras elecciones, pero sin darle la espalda a nuestra verdad diaria, algunos políticos de uno y otro bando callan o evitan tocar ciertos temas, medulares para el país, sólo porque a algunos se les antoja que poner el dedo en ciertas llagas puede restar voluntades y votos. Eso es una ofensa al electorado. Que los candidatos oficialistas cierren sus ojos a la realidad y nos describan en sus discursos un país que no existe, es de esperarse; su disociación es y será eventualmente su perdición, pero que lo hagan también los candidatos opositores, y hasta la MUD, es imperdonable. Al final, démonos cuenta, de nada valen las alcaldías o las gobernaciones, si el país ya está en la poceta esperando sólo que el descontento, con los unos y con los otros, baje la cadena.
@HimiobSantome