A ella la podríamos ver como una emprendedora criolla, también como alguien que no deja día a día de laborar para obtener dinero. Es una luchadora, ejemplo de la mujer latinoamericana que se levanta cuando apenas sale el sol y quizá se acuesta cuando el cuerpo le pesa demasiado y la vence el sueño. Esta representante del sexo femenino es toda una heroína. Sólo hay un detalle que aniquila esta presentación: ella, Marianita, tiene tan sólo 11 años.
Por Eduardo Salazar De Peñaranda/ RNW
Al igual que esta niña (evidentemente, hay niños también) hay decenas en las calles de la capital venezolana. Lucen como zombis algunos, aparecen de la nada, y desaparecen de la misma manera. A veces, se les ve correr cuando ven a la policía.
Y, es que en la escuela de la calle: ¿qué pueden enseñarles?, pues lo que les queda. Allí pueden ver la maldad desde muy pequeños; sus padres, seguramente parte del hampa, ya perdieron la vida, y sus madres hoy tienen otras parejas de costumbres raras, como pernoctar a la orilla del río Guaire o consumir tres veces al día drogas, olvidando incluso las comidas.
A Marianita, la vi por primera vez hace 6 años. La recuerdo, claro. Tiene unos ojos verdes que se niegan a perder la ternura, pero su cuerpo ha cambiado.
Hace algunas estaciones me ofreció flores en una terraza de La Castellana y hoy lo sigue haciendo con el mismo esmero. Pero su cuerpo, insisto, ha cambiado. Quizá producto de la naturaleza o tal vez conoció a los demonios sexuales.
Ya no recurre a la simple inocencia, ahora guiña el ojo y suelta aires de perversión y seducción que causan más que morbo, risas, paradójicamente, risas de indignación. Al menos para mí, pero sé que a un montón de bestias que andan sueltas por allí les causa exactamente lo contrario, lo cual irrita sólo de imaginarlo.
Hace exactamente 14 años, el fallecido presidente venezolano Hugo Chávez, prometió devolverles la dignidad a los infantes en situación de abandono. A juzgar por los años comprendidos entre el 2001 y el 2011, se creería que el gobierno había alcanzado la meta a través de distintos programas sociales de reinserción de estos mal llamados niños de la calle. Pero todo parece indicar que han vuelto. Que la magia acabó. Que el circo cesó sus funciones, y los niños salieron de estas carpas coloridas gigantes a deambular por las avenidas, pidiendo, mirando lo que no tienen que mirar, y usando bancos de los parques para dormir.
Basta con salir de noche por las calles de los ayuntamientos capitalinos de Chacao o Baruta y observarlos en distintos restaurantes, bares y cafés. Así mismo ocurre en el centro de Caracas, en los que es común sorprenderse al visualizarlos vender todo tipo de cosas. Algunos con más suerte van acompañados de sus madres, que cargan encima también la tragedia de estar solas criando a un niño o a dos, sin ningún tipo de oportunidades.
La situación no sólo se registra en Venezuela. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el mundo hay más de 215 millones de niños obligados a trabajar. Carecen, lastimosamente, de niñez… ni siquiera se les trata como seres humanos: son números y nada más.
Si un niño cambia una taza de chocolate por un recipiente de pega (para drogarse), no esperemos que mañana sea un médico o ingeniero, a él, que desde que nació vive en medio de una hecatombe existencialista plagada de asesinatos, robos y gritos; sólo tiene como opción convertirse en un depredador. Muy pocos corren otra suerte.
En el caso venezolano, en el 2007 se estableció la ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes (Lopnna), y distintas ONG´s han logrado reducir a un 2,2 % la tasa de niños forzados a trabajar en el territorio bolivariano, y además se les han ofrecido (junto a sus padres o representantes) planes de alimentación y alfabetización.
Se reitera la idea de que en algún momento dejaron de contabilizarse infantes mendigando o de “buhoneros”. Pero, un paseo por la Gran Caracas nos golpea la cara y el corazón, reflejándonos que el flagelo resucitó.
¿Qué ocurrió? Expertos aseguran que la crisis económica mundial, aunada a la falta de políticas de índoles sociales y educativas sustentadas y endógenas, facilitó la reaparición de esta problemática (que no cuenta con cifras oficiales)…
-¿Me compras una flor? – No, no tengo efectivo… – anda, cómprame una flor… – y, ¿tus padres? – cómprame una flor, no seas malo chico – ¿tú dónde vives?, ¿vas a la escuela? – Sí, sí, cómprame una flor… -No tengo efectivo. ¿Quieres comida?
Hice tres preguntas más… y, sin parpadear, obtuve una respuesta repetida, de lo que mejor sabe hacer Marianita: -cómprame una flor. – Cómprame una flor. – Cómprame una flor.