Del actual régimen no podemos esperar nada positivo. Maduro y el gobierno son el problema. La solución no pasa por ellos. Se trata de la mayor tragedia institucional que puede atravesar cualquier país. Para resolverla hay que ir a la raíz y cambiar tanto a Maduro, primer paso para desarrollar una nueva institucionalidad con un ordenamiento jurídico sabio y estable. No hay tiempo que perder.
A las elecciones del próximo 8 de diciembre debemos concurrir. Obtendremos una victoria contundente, más allá de lo que hagan o digan tanto el CNE cómo un TSJ que nos dejó en suspenso con su culposa abstención sobre el fondo de lo ocurrido el 14 de abril. Pero esto, aunque importante, no basta para alcanzar el objetivo. Este proceso es instrumental, a conciencia de que el gobierno apelará a todo recurso ilegítimo, ilegal, fraudulento y criminal para impedirlo.
El panorama es radicalmente diferente al de meses atrás. La única posibilidad de supervivencia del régimen es la represión, la violencia física e institucional en contra de todo lo que se le oponga. Es decir, contra una nación dispuesta a luchar por la libertad y los principios básicos de la democracia. Está harta y fatigada de tanta ineficacia y corrupción. A ese bendito alto mando cívico-militar de la revolución, probadamente inútil en todos los campos, hay que oponerle el frente cívico-militar de la decencia y la honradez integral.