Las pretendidas “soluciones” que “el heredero” presentó como panacea contra la carestía y la inflación son un reflejo fiel de la tragedia hacia donde nos dirigimos. El hecho de que la revolución se resista a ponderar el verdadero origen de nuestros infortunios económicos de hoy, es un pésimo síntoma que nos anuncia calamidades de mayor dimensión. Estamos ante un gobierno claramente dispuesto a llevarnos hasta el fondo con tal de alcanzar sus propósitos políticos. La radicalización de los controles económicos es el producto de una noción del poder, en la cual toda mínima cesión constituye una inaceptable expresión de debilidad. El escalamiento que Maduro ha emprendido esculpirá un Estado policial, cuyo objetivo ya no será únicamente el sector privado y la “oligarquía amarilla”, acusados como artífices de la llamada “guerra económica”. La sucesión apunta ahora hacia el ciudadano corriente, culpable de infringir las normas conductuales del “hombre nuevo”.
El fracaso de los controles económicos sólo ha convencido al gobierno de que éstos, en su próxima etapa, deben abarcar al propio ciudadano de a pie, cuyas imperdonables “veleidades capitalistas” representan una de las amenazas principalísimas que el régimen enfrenta. Maduro quisiera que los venezolanos se le restearan “con hambre y sin empleo”; quisiera que obrara el milagro de la “conciencia revolucionaria”, sin la cual el modelo de dominación está condenado a perecer, asfixiado por un absurdo radicalismo represivo que, concebido como fuente de poder, terminará fracturando letalmente la viabilidad de “la sucesión”. Es una locura creer que la represión modelará al virtuoso “hombre nuevo” bolivariano, pero así estamos: en medio del desvarío.
Twitter @Argeliarios