No sé si esta carta llegue a los venezolanos. Hablo corto y sin medias tintas. Como siempre. He leído de todo en mi cautiverio, el cual no será por cobarde que lo padezco. Pude haberme ido, pude haberme marchado del país, como lo han hecho muchos “Capitanes del Micrófono” y Mariscales de la demagogia. Pero aquí me tienen. Preso y arruinado. Leal a las cosas que creo y profeso. Tengo la cabeza levantada. Hago mío el reclamo que el entonces prisionero estudiante, Fidel Castro, soltó antes sus carceleros, golpeando las esposas “ un hombre así, amarrado; no puede defenderse”.
Un ladrón, el peor de todos cuantos hemos tenido en Venezuela, ha sobornado a la fiscal Narda Sanabria que lleva mi caso. Reto públicamente a la Señora Fiscal General de la República a negar que Narda Sanabria no solo ha recibido dinero de Raúl Gorrín y su cuñado Gustavo Perdomo, celebrando reuniones incluso con un testigo prófugo, cuya declaración firmada, tenemos en nuestro poder, sino que además los testigos encapuchados contra mí (o protegidos como le llaman) están relacionados a Raúl Gorrín.
Reto públicamente a la Fiscal General de la República a negar que el testigo protegido (uno de ellos) es el locutor preso por extorsión de nombre José Rafael Ramirez Cordoba. Y presentando en el 2007, por el entonces ministro Pedro Carreño, como un delincuente, apresado in fragantí. Y al que Gorrín le compró (Basta Revisar el Origen de los Fondos) una finca en Guarico.
Reto a la fiscal, en nombre de Dios a desmentirme. La reto, también, a desmentir, que la fiscal Narda Sanabria, se negó por la vía de los hechos a citar, tal y como se lo pidió mi defensa al señor Gorrín. Nunca citó a quien hoy la mantiene económicamente. La verdad es una sola: Son unos cobardes, Me tienen miedo. Por eso me quieren preso aquí. Pues, bien, aquí me tienen preso, aquí seguiré tranquilamente preso. Pero no se aturdan con los aplausos propios. Tarde o temprano, el Dios de mis padres, Yahvé, de los ejércitos y San Miguel Arcángel, me darán la victoria.
El país, me absolverá de la infamia. Y, ese día, el preso, será Gorrín, y no, yo. Guarden y no olviden esta carta, porque así ha sido siempre. Y, así, será. La diferencia es que Gorrín no podrá contar que me le arrodillé. Nunca lo hice. Para mí, es un enemigo, como lo es para un país decente, que repudia su corrupción. En todo caso no me tocará mover un dedo para contribuir a su desgracia, porque el Dios en que creo, me vengará. Él es justo, y su madre la Virgen María, También.